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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL OTOÑO DEL VIEJO LOBO

El profeta de la desesperación, el canadiense errante, el comandante de campo Cohen acaba de cumplir setenta años y nos ha regalado un nuevo disco. Una vuelta de tuerca más a un mundo poblado por versos crueles y contundentes, textos apocalípticos, canciones amargas, tristes y solitarias apoyadas en los temas de siempre, en el amor, en la soledad, en el odio, en el paso del tiempo. Un mundo, el de Leonard Cohen, que se mueve en el extraño espacio que hay entre la lujuria y la tristeza, un mundo de crucifijos descruzados, de mosquitos que descubren un cuerpo desocupado, de pájaros en el alambre, de borrachos en coros de medianoche, un mundo perdido en las pasiones de la fragancia, en los harapos del remordimiento. Ahora, viejo y cansado, el canadiense de sangre judía y alma mediterránea, el hippie existencialista, el mujeriego irredimible, el poeta, músico y monje zen hace un repaso de sus soledades y misterios. Cínico en su herida y taimado en su desesperación existencial nos entrega un disco meditabundo repleto de bellas y elegantes canciones que lucen una digna resignación: “Ellas se desnudan, cada una a su manera, y dicen, mírame, Leonard, mírame por última vez; luego se inclinan sobre la cama y me cubren como a un bebé que está temblando”. Nos obsequia un intenso y particular homenaje de dos minutos al 11-S (“¿enloqueciste o te hiciste presente el día en que hirieron a Nueva York”) y reclama para todos el territorio torpedeado de la paz (“una cruz en cada colina, una estrella, un minarete, tantas tumbas que llenar; amor, ¿no estás aún cansado?). Desde hace muchos años, su voz ronca, áspera, profunda y oscura, respaldada por preciosas y cristalinas voces femeninas, sigue escupiendo el desamor (“estoy en ruinas detrás de ti”), la angustia de la derrota (“luché contra la botella pero debí hacerlo borracho”), la desesperanza (“hay una guerra entre el rico y el pobre, entre el hombre y la mujer, entre el de izquierdas y el de derechas, entre el blanco y el negro, hay una guerra entre los que dicen que hay una guerra y los que dicen que no la hay”) y la certidumbre de su fracaso (“el juez no tiene otra salida: el cantante debe morir por tener la mentira en su voz”). Al fin y al cabo, la defensa de Leonard Cohen siempre estuvo oculta en el vestido de una mujer que quisiera perdonar, en el gozne de sus muslos donde tanto tiempo mendigó el disfraz de la belleza. Por eso se ha pasado toda la vida saludando desde la otra orilla del dolor y la desesperación, viviendo a un millar de besos de profundidad, vagando por la oscuridad de los ríos, brindando por el corazón sin amante, por el alma sin rey, por la primera bailarina incapaz de bailar nada, anhelando nadar en el mar y que su corazón pueda descansar de tanto desgarro, esperando que llegara el milagro, mirándose en los espejos de innumerables lugares, asumiendo la generosidad y la sabiduría de Johnny Walker, intentando olvidar lo inolvidable (“hace tiempo encontré a una mujer de pelo tan negro como el negro pueda ser, era una profesora del corazón, dulcemente respondió no”). Y, por supuesto, conquistando Manhattan primero, conquistando Berlín después.
Leonard Cohen es un soldado de la vida, un borracho de elegante luto, un romántico enamorado de perdedores, prostitutas y proscritos. Leonard Cohen es mitad lobo-mitad ángel, es el amante que Lorca nunca tuvo, es la espina de la noche en nuestro pelo, es la lanza del tiempo en nuestro costado. Además, Leonard Cohen sigue siendo el hombre blanco que no deja de bailar sobre las cenizas de nuestra civilización. Nació unos meses antes que Elvis Presley y se enamoró en el Hotel Chelsea, el mismo hotel por donde vagabundeaban Joan Baez, Bob Dylan, Jimmy Hendrix o Janis Joplin, el mismo hotel en el que Dylan Thomas se bebió sus últimos dieciocho tragos. Ha vendido más de quince millones de discos, ha publicado once libros de poesía y dos novelas. Ha seguido la senda de Dylan, Brel y Van Morrison, de Lord Byron y de Lorca. No resulta desdeñable pensar que el Nobel de Literatura lleva esculpido su rostro de monje budista y poeta iluminado.

Temas

música

Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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