Hay novelistas que escriben con el cuchillo entre los dientes. Hay novelistas que escriben saboreando el inocente dolor de los espejos. Hay novelistas que escriben entregados a sus sueños. Hay novelistas que escriben arañando el grito de un buen argumento. Hay novelistas que escriben aferrados a las ardientes zarpas de las panteras. Hay novelistas, en fin, que buscan con su particular credo el verdadero antifaz de la inmortalidad. En todos ellos cabe Ángel Vallecillo, cuya novela “Colapsos” acaba de ser galardonada con el premio Miguel Delibes de Narrativa, concedido por la revista de poesía “Juan de Baños”, el grupo “Sarmiento” y la obra cultural del BBVA. “Colapsos” es un manifiesto desolador repleto de traiciones y de certezas tan dolorosas como la del amor imposible. La insoportable levedad del ser en clave Tarantino. Vidas cruzadas encajadas en matrioskas de porcelana. Juegos borgianos de todo tipo, textos extraídos de supuestos libros, grabaciones de la CIA, transcripciones de entrevistas telefónicas, páginas de diarios, biografías inventadas, diez mil decimales del número Pi y una visita al cerebro de David Lynch. Vallecillo describe “Colapsos” como una novela coral enraizada en la literatura norteamericana y con un toque cosmopolita. En ella aparecen pícaros modernos, un matrimonio enganchado a los concursos de televisión, hermosas mataharis, viejos médicos que viven sin Alma, libertadores del mundo, pornógrafos, charlatanes poderosos que saben robar un dólar, venderlo por dos y demostrar contablemente que han perdido dinero, miserables que piensan que la dignidad o la utopía son armas peligrosas, mujeres que ya no son hermosas pero que saben fumar y beber como si aún lo fueran, un ecologista insomne, escritores con poderes sobrenaturales, ciegos que dirigen a otros ciegos quemando billetes para alumbrar un universo a oscuras, tipos con dignidad que creen que otro mundo es posible, hombres poderosos que tienen miedo de que se descubra el secreto de su mirada, un mafioso que huye de la policía escondido en un ataúd y mujeres con ojos color Coca-Cola que cuando lloran parecen que se los han mezclado con whisky.
Tengo delante un par de fotografías que yo mismo hice el día en que Ángel presentó la novela, escucho a Tom Waits en homenaje a “Colapsos” y me bebo un buen ribera a la salud de AV, de la literatura pucelana y de la editorial Difácil que, tras diez años de lucha solitaria, va recogiendo frutos, ante el estupor y la admiración de todos aquellos que en su día desconfiaron (y ningunearon) la aventura. Vallecillo aterrizó en Difácil allá por el año 2002 con una novela esplendorosa (“La sombra de una sombra”), ambientada en un pequeño pueblo de Castilla, en la que la tradicional novela rural se transformaba en una sorprendente novela negra protagonizada por el comisario Arias. Tres años después, en la misma Difácil, publicó “Colapsos”. Por el medio (antes, durante y después), AV hizo de todo. Siguió trabajando con un pie en Tenerife y otro en Valladolid mientras velaba armas literarias haciendo de todo en el campo de la escritura (redacción de catálogos de armas, negro literario, guionista de series documentales, colaborador en la radio o escritor de reportajes para revistas de viajes). Por ello siempre imagino a Ángel buceando de noche por las aguas del Atlántico o viajando solo a través de la América profunda escribiendo algún reportaje o, tal vez, encerrado en Tokio, asaeteado por los neones y pateándose la ciudad con 10 dólares en el bolsillo. Todas esas historias las contaba mientras bebíamos en la noche acerada de Pucela una cerveza en el Cafetín y me hablaba por primera vez de “Colapsos”. En la novela, AV narra los sucesos previos y posteriores a un colapso económico mundial originado por un escurridizo visionario llamado Malcolm la Sal (colapso que, en una de esas casualidades que tanto le gustarían a Paul Auster, tiene lugar el 18 de junio, el mismo día en que los teletipos vomitaron la noticia del premio concedido a la novela). En fin, parece que algo empieza a cambiar en Valladolid. Y Vallecillo, que sabe que la clave del arte y de la belleza no existe y que todo depende de una simple emoción, es el dueño de las llaves del colapso nuestro de cada día. Al tiempo.