Publicado en El Norte de Castilla el 13 de noviembre de 2008
El aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York. Eso dicen. Por ello resulta fundamental el enterarnos del aleteo de la mariposa. Es la manera más segura de protegernos de la tormenta. En una sociedad globalizada como la nuestra debería de ser fácil. Entonces, ¿por qué no nos enteramos a veces de ciertos aleteos? ¿A quién le interesa silenciarlos? Sólo el trabajo de denuncia de algunas admirables oenegés nos sirven como recordatorio y detonador de conciencias. Hace apenas un par de semanas murió en Somalia Aisha Ibrahim Duhulow. Lo hizo a manos de un grupo de 50 hombres que la lapidaron hasta la muerte en presencia de un millar de espectadores. Casi nadie se ha enterado. La noticia pasó de puntillas por los teletipos de medio mundo. Todos estábamos más interesados en lo que hacían Obama, Schuster o Julián Muñoz. Nos retransmiten las 24 horas de la vida de muchos personajes (importantes, interesantes o despreciables, de todo un poco) pero nos privan de ciertas noticias que parecen pasar un filtro indigno. Y eso que Naciones Unidas o Amnistía Internacional intentaron poner altavoces a la infamia. Al principio, nos dijeron que una mujer de 23 años había sido acusada de adulterio y condenada, según la ley islámica sharia, a ser lapidada. La noticia, ya de por sí brutal, era portadora de matices más terribles aún. Aisha no tenía 23 años. Aisha era una niña de 14 años que, cuando iba a visitar a su abuela, fue violada por tres hombres. La pequeña, horrorizada y asustada, acudió a denunciar el hecho a las autoridades. La justicia, en aquel infierno, se esconde bajo el brutal caudillaje de grupos insurgentes armados como Al Shahab. La niña víctima pasó a convertirse en mujer adúltera. Un ‘juicio’ rápido y una sentencia miserable. Ningún violador fue detenido pero montaron su particular auto de fe talibán. Un estadio con mil personas sedientas de sangre. Un camión cargado hasta arriba de piedras. Un agujero donde introducen a Aisha. Cincuenta bestias salvajes apedreándola hasta la muerte. En un momento dado, ordenaron detener la salvaje ejecución. No querían terminar con el sufrimiento de la niña. Simplemente deseaban saber si ya había muerto. La desenterraron, comprobaron que aún vivía, y volvieron a colocarla en el agujero para seguir con la lapidación. Algunos miembros de la familia de Aisha intentaron rebelarse y salvarla. Las milicias abrieron fuego, hiriendo a varias personas y matando a un niño.
La historia de Aisha apenas ha tenido repercusión. El Down Jones y el índice Nikkei eran más importantes. Nos inventamos guerras para asegurarnos el petróleo pero lo que le ocurra a gente como Aisha no interesa. Interesa, eso sí, lo que ello puede desencadenar. La guerra perfecta: el terrorismo y el miedo. La situación ideal para los poderosos. El aleteo de lo sucedido en Somalia, ¿qué tipo de tormenta puede desatar en la otra punta del planeta? ¿Por qué tenemos la sensación de que el que sigan sucediendo este tipo de cosas interesa a mucha gente? ¿Por qué las mayores atrocidades siempre se cometen en nombre de la religión? ¿Dios ha muerto? Y si Dios no ha muerto, ¿ha pensado alguna vez en visitar sitios como Somalia?