Hay himnos que marcan a una generación. Canciones que trascienden, que se convierten en retrato imprescindible de ciertos años, que son clases privadas de filosofía callejera y que forman parte de nuestra educación sentimental. Recuerdo, como si fuese ayer mismo, la primera actuación de Golpes Bajos. Fue en directo, en un programa de TV, en la irrepetible “La edad de oro”. Germán Coppini, con su voz gutural y sus pelos encrespados, y Teo Cardalda con el sintetizador anológico Moog. Fue el inicio de una efímera y sublime carrera. La unión de dos genios en un momento único que dio como resultado un buen disco (“A santa compaña”) y dos mini-LP’s que están entre lo más grande del pop-rock español. El primero de ellos, con portada de Ceesepe, incluía “No mires a los ojos de la gente” y “Malos tiempos para la lírica”. El segundo, “Devocionario”, es uno de mis discos favoritos y tendré que hablar algún día de él. Las letras, extrañas, impresionistas y embriagadoras, se mezclaban con ritmos tranquilos coloreados con toques románticos y pinceladas funkies. Música elegante, adictiva y culta envuelta en una curiosa mezcla de tristeza, depresión y saudade. “Malos tiempos para la lírica” se convirtió en el himno del grupo, en una canción mítica que ha quedado grabada a fuego en el subconsciente de la gente (hasta la RAE ha incluido la expresión en el Diccionario de la Lengua). Coppini y Cardalda se adelantaron a sus tiempos. Ellos decían que eran malos tiempos para la lírica. Y si aquellos eran malos tiempos para la lírica, ¿qué podemos decir de los actuales?