“La mitad de las cataratas se hundía en la niebla que cruzaba un arco iris. El remero cayó por el arco iris y continuó cayendo. El remero ya había remontado rápidos, había surcado el río Oloco y visto los rápidos de Sta María, tan grandes que los barcos los evitaban. Pero estos rápidos, olas de diez metros, pasaban como cometas volteándole a cada empellón. El remero salió volando hasta una cadena de volcanes apagados, se hundió a la profundidad de un submarino y salió disparado hacia la luna en un cohete verde”. Probablemente haya un montón de amigos por ahí que dirán: a mí esas cosas no me pasarán nunca, la tierra es un estercolero y salir al espacio cuesta caro. Dejad que os diga algo: hay muchas maneras de abrir una senda. Siempre pienso en esos héroes desconocidos del pasado como el sibarita prehistórico que vió por primera vez una langosta y dijo: “¡pues me la como!”. O el primer curandero que cogió un cuchillo y dijo: “¡vamos a operar! Veréis, la aventura viene en muchas formas y medidas, como que te corten el pelo o… enamorarte; incluso ponerte al volante y coger una carretera secundaria puede ser un sublime acto de fe, y también un enorme acto de coraje.