“Yo te hice remero porque tuve un sueño. Un hombrecito de madera me sonreía. Estaba en una canoa sobre un banco de nieve de esta colina. El sueño se ha convertido en realidad. El espíritu del sol posará su mirada en la nieve, y la derretirá, y el agua descenderá hasta el río y, desde éste, hacia los grandes lagos y llegará hasta el mar. Tú irás con el agua y vivirás aventuras que a mí me gustaría vivir pero no puedo ir contigo porque debo quedarme y ayudar a mi padre con las trampas”. Esto es “Remando hasta el mar”, amigos, la historia de un pequeño indio que envía su canoa de juguete en un viaje que él es demasiado joven para hacer. Nosotros hacemos lo mismo: Pioneer, Voyager, Galileo, nuestros abanderados en la eterna cruzada humana: la exploración. Y ahora estamos en la ruta cósmica. ¿Por qué? La tierra se ha quedado pequeña, ¿sabéis? Hace menos de cien años, Admundsen pudo haber sido el primer hombre que alcanzara el Polo Sur. Falcon Scott pudo morir en el intento pero ahora, el año pasado, China tuvo que cerrar el Everest: demasiada basura. El mundo se ha vuelto frágil: no está para que le conquisten. Hay que protegerlo, mimarlo y alimentarlo como a un bebé. ¿Y qué hacemos? Lanzamos nuestros sustitutos al espacio interestelar, soñando con el buen dia en que podamos ir nosotros mismos.