Esta es la historia de un grupo único y olvidado que editó cinco álbumes de estudio y se disolvió hace treinta años. Era un grupo diferente que hacía una especie de rock progresivo y pop sinfónico, a caballo entre el barroquismo de los clásicos y la psicodelia beat. Aunque la excepcional voz y la guitarra de Pepe Robles les hicieron famosos, el instrumento que les aupó a las más altas cotas de originalidad fue el sonido espectacular y psicodélico del órgano Hammond. Actuaban vestidos con túnicas, sedas, chalecos, trajes con flecos y demás oropeles, imitando de alguna forma a los exitosos Yes de la época y fueron los creadores de uno de los más inolvidables himnos de la música española (“Todo tiene su fin”). Sin embargo, hay que hablar de su disco oculto, el último, el más extraño y desconocido: el famoso disco sin nombre y con tres portadas diferentes que grabaron en una pequeña compañía independiente, con una cutre producción. Se trata de un disco mítico con siete canciones memorables, grabado hace treinta años y, hoy en día, cotizadísimo porque es casi imposible encontrarlo. Temas románticos y melancólicos, cambios de ritmos, juegos de voces, pasajes ciertamente experimentales y una nueva temática en las letras. Un pesimismo existencial (“vuela pájaro amigo a la luna negra y si alguien pregunta dile que estoy triste”), la visión de un apocalíptico mundo (“un ángel sucumbió dentro de un huracán, miles de voces lloran hoy”), una crítica a la vida moderna y urbana (“tu ciudad, oscuro bosque de hormigón, nada te puede ofrecer, aquí tendrás gratis la soledad”). Las salidas que nos ofrece el grupo son variadas: huir del otoño que te asfixia en cualquier lugar, descubrir el amor, buscar el bosque encantado de nunca jamás, vivir montado en las olas de un mar de cristal. Eso además de regalarnos una inusual, extrañísima y hermosísima recreación prog-rock de la figura de Cristo y una preciosa canción titulada “Beatles”: el homenaje más original y recordado de un grupo español a los chicos de Liverpool.Yo todavía conservo mi vieja casete y, de vez en cuando, rezo con ellos. Es lo que tiene el sonido del órgano.