Se pasan la pelota unos a otros en un pimpampum agónico que está comenzando a hinchar las criadillas de la gente. El Gobierno inyecta capital a los bancos (ya casi veinte mil millones de euros) al tiempo que tira de las orejas a los banqueros por no dar préstamos. Los señores de los bancos dicen que la economía se salva por su gestión, que ellos dan créditos pero nadie los solicita, que los empresarios han ganado mucho dinero en otras épocas y ahora no quieren poner de su bolsillo para ampliar capital y que las empresas, en fin, exageran las pérdidas y aprovechan la excusa de la falta de crédito para favorecer que se aprueben expedientes de regulación de empleo. Mientras tanto, nos enteramos de que los cinco grandes bancos han tenido unos beneficios de 21.794 millones de euros (algo así como 48 millones de euros al día). Ellos, que son perros viejos y llevan toda la vida vendiéndonos la misma moto, dan la vuelta a la tortilla y dicen que esa cifra representa una caída del 19,3% frente a las ganancias del año anterior. ¡Pobres! Así que nada: con ustedes las contradicciones del neoliberalismo salvaje. Los pirómanos del capitalismo que defendieron como titanes la desregulación financiera y el libre mercado ahora se convierten en bomberos, aplauden los planes de rescate y piden más regulación. Es lo que tiene un sistema que se basa en lo peor del ser humano: la codicia y el egoísmo. Durante muchos años empresarios y banqueros hicieron negocio, los bancos asumieron riesgos excesivos y las grandes empresas se endeudaron. Ahora son los de abajo los que tienen que enfrentarse a la crisis creada por los de arriba. Y si los de abajo no consumen, los de arriba no se forran. O sea, la crisis. Así que no busquen la solución por ahí: el sistema capitalista, cimentado en la rentabilidad a corto plazo y en la concentración de riquezas, no está para salvar a la sociedad sino para salvarse a sí mismo. Tal vez por eso son cada vez más las voces que piden que el Instituto de Crédito Oficial, en vista de que no está sirviendo de mediador con los bancos (que siguen sin abrir el grifo de los préstamos y que dificultan la implantación de medidas de ayuda, como la moratoria en el pago de hipotecas), pase a convertirse en banco público y dé directamente préstamos a particulares y empresas.
Ahora dicen que va a haber violentas reacciones sociales, que el Estado del bienestar se va a ir a la mierda, que algunos bienes públicos (la Sanidad, por ejemplo) van a salir tocados, que se disparará la deuda del estado. La orgía de Wall Street, con sus bonos de decenas de millones, nos ha traído un Armageddon en pantuflas que empieza a asomar las orejas. «Vampiros banqueros nos chupan en silencio la sangre y el dinero», cantaba Barón Rojo. Los de arriba se quejan de que no tienen ni beneficios ni liquidez (lo que no impidió que el Banco de Santander comprase el Sovereign Bancorp con sus 750 sucursales) y los de abajo hacen cola en el Inem. El caso es que todos los gobiernos han decidido aprobar planes de rescate para bancos. Y no es lo mismo ZP en el País de las Maravillas que San José María de los Abdominales y de Georgetown. No es lo mismo pero da lo mismo. Todos leyeron al revés la historia de Robin Hood.