Publicado en El Norte de Castilla el 12 de febrero de 2009.
No saben lo que se pierden las nuevas generaciones al no crecer acompañadas de John Wayne o de Gary Cooper. Los que lo hicimos viendo películas del Oeste los sábados por la tarde sabemos que es imposible encontrar un género más lírico y épico, más cinematográfico, con una iconografía más reconocible, con mayor romanticismo, dignidad y valores. Todo lo que en la vida es importante se encuentra en el western: la justicia, la amistad, la naturaleza, el honor, la poesía de los vencidos, la grandeza de los héroes. Y aunque Clint Eastwood ganó el Oscar gracias a uno de los mejores westerns de la historia (‘Sin perdón’), la realidad es que las películas del Oeste han desaparecido del mapa, los jóvenes les han dado la espalda y los productores de Hollywood (que sólo piensan en el mercado y hoy el mercado tiene acné y come palomitas) han cerrado el grifo de los westerns. Sólo algún proyecto muy personal, como ‘Appaloosa’ de Ed Harris, tiene arrestos para enfrentarse al sistema. No es suficiente. Sin embargo, siempre nos quedará la HBO. Ya hemos dicho en otras ocasiones que, desde que David Lynch revolucionó la ‘televisión de autor’ con la mítica ‘Twin Peaks’, el mejor cine de la actualidad se cuece en algunas cadenas de televisión y, muy especialmente, en la HBO. Su última joya se llama ‘Deadwood’ y lleva marcado a sangre y fuego el aroma del mejor western. Son tres temporadas, 28 horas de una serie fascinante, con una personalidad y una complejidad casi imposible de encontrar en el cine actual. Se desarrolla en plena fiebre del oro en un pueblo fronterizo, un lugar sin ley, un sitio maldito y peligroso. Deadwood es un pueblo que huele a sangre y a sudor, donde se respira el polvo, una cloaca en la que asistimos a la lucha más antigua y universal: la lucha por el poder. Historias intimistas, poéticas y terribles, con diálogos metafóricos y filosóficos, palabras como flechas, ritmo frenético y complejidad desarmante. Un verdadero bulevar shakesperiano de sueños rotos en el que campan a sus anchas la avaricia, la lujuria y la violencia. ‘Deadwood’ es una serie única que mezcla magistralmente la herencia de las películas de mafiosos (como si los Soprano hubiesen aterrizado en el viejo Oeste) y de las tragedias de Shakespeare (aunque aquí no hay ni reyes ni príncipes, sólo pistoleros y putas). La ambientación, eso sí, es puro western. Y nunca el western había sido tan sórdido, violento y sucio. Muchos personajes memorables viven en Deadwood, algunos de ellos históricos, como Calamity Jane, Seth Bullock o el mítico Will Bill Hitchcock. ‘Deadwood’ cuenta muchas historias (la de una puta y una dama, la de un médico que es un ángel de la guarda, la de un sheriff torturado) y nos regala personajes inolvidables, aunque ninguno como Al Swearengen, un tipo grandioso de mirada aterradora, dueño del principal burdel. Un maldito bribón (aunque en ‘Deadwood’ no hay buenos ni malos, sólo más o menos malnacidos) que acaba convirtiéndose en el jefe de la función y en el cabronazo más entrañable de la historia de la televisión. Un chulazo con ínfulas de Dios. Un Hamlet con una putrefacta cabeza de indio en sus manos. Desde luego, Shakespeare no hubiera escrito mejor sus diálogos.