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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

NOVELAS DE AMOR

Publicado en El Norte de Castilla el 4 de junio de 2009

¿Nos hemos convertido ya en viejos que sólo leen novelas de amor? ¿Por qué tenemos tal necesidad de ellas? ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? ¿No es cierto que la historia de cualquier hombre se resume en la de todas las mujeres a las que amó? ¿Romeo y Julieta pueden vivir en el siglo XXI? ¿Amar demasiado perjudica seriamente la salud? ¿Los recuerdos son incansables y asesinos? ¿Un amor secreto puede marcar toda una existencia? Muchas de esas preguntas surgieron mientras presentaba “Aquellas obras de arte sin reparar”, primera novela que publica el vallisoletano Carlos Ibáñez Giralda.

Decía García Márquez que el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados. Aquello sucedía en una época en la que los síntomas del amor eran los mismos que los del cólera. Una época en la que a los amantes despechados sólo les quedaba, como último recurso, el enamorarse de las mujeres del cine para que sus amores dolieran menos. La nitidez perversa de la saudade hacía el resto. Un hombre de otra época, como Florentino Ariza, despachaba su vida rondando el balcón de su Julieta. Lo hacía, no con la calculada intención de que ella le descubriese, sino con la única de verla a ella para saber que continuaba en el mundo. Algo parecido hace el protagonista de “Aquellas obras de arte sin reparar”. El mundo sigue girando, la época es distinta pero el amor es el mismo. Él también tiene tal hambre de su particular Julieta que necesita llamar a su casa simplemente para escuchar su voz grabada en el contestador automático. Sabe que su único pecado ha sido enamorarse de la persona adecuada en el momento equivocado. Ocurre con obstinada frecuencia. El amor entonces se convierte en un veneno que enloquece y mata pero que también te da vida en pequeñas dosis. Gestos ambiguos de engaño y deseo. Latigazos maquillados de caricias. Analgésicos sms con un “te amo” en griego. Los amantes que vagan por medio planeta con tal de pasar unas horas juntos acaban por obsesionarse, volverse locos y encerrarse en una canción de Pink Floyd que les impide ver un futuro juntos en Santorini. Comienza la dolorosa epifanía de recordar los recuerdos. Para entonces ya han cometido el error de querer compartir la primera sonrisa de cada mañana y la última palabra de cada noche. Es cuando la trompeta yonki y amargada de Chet Baker explota en la cabeza del amante sin amor. Las despedidas son cada vez más dolorosas, el cielo ya no es protector sino asesino y las golondrinas de Bécquer han olvidado el camino de vuelta. A esas alturas ya sólo le queda convertirse en el labriego orante de Millet, en el hombre que besa con ternura a la mujer arrodillada de Klimt o en el cuarto personaje del cuadro de Hopper, ése que espera con un cigarrillo encendido.

¿Alguien se ha preguntado alguna vez qué hacemos con el amor que dejamos atrás? Muchos sólo ven una salida: suicidarse con cianuro de oro para ponerse a salvo de una vez por todas de los tormentos de la memoria. Otros prefieren dejar pasar el tiempo hasta que todas las lágrimas atragantadas se conviertan definitivamente en estatuas de sal. Otros, en fin, elegimos dedicar el resto de nuestras vidas a escribir novelas de amor.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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