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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

WOODSTOCK: 3 DÍAS DE PAZ Y DE MÚSICA

Publicado en el suplemento ARTES de “El Norte de Castilla” el 1 de agosto de 2009

Durante los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969 tuvo lugar en una granja de Bethel, un pequeño pueblo del estado de Nueva York, el mayor y más famoso festival de rock de la historia. Los organizadores habían montado el festival de Woodstock con un cartel atrayente y esperaban la asistencia de unos sesenta mil espectadores. Lo que ocurrió fue increíble e inesperado: en el festival acabaron por aterrizar cerca de un millón de personas. Y eso que unos 300.000 no pudieron llegar debido a la avalancha humana, al monumental atasco de vehículos y al inevitable corte de la carretera que llevaba hasta allí. Después de cuarenta años, los expertos todavía intentan resolver el enigma: ¿qué hizo ir a tanta gente hasta Woodstock? Lo habían vendido como “una exposición acuariana, tres días de paz y música” y acabó convirtiéndose en un hito musical, en una de las mayores manifestaciones del movimiento hippie de la historia y en el verdadero icono de una generación de norteamericanos hastiada de las guerras, una generación muy crítica con el sistema y que pregonaba la paz y el amor como forma de vida. Los ideales de aquellos hippies algo ingenuos eran el pacifismo, el amor libre, la vida en comunas, el ecologismo y el amor por la música. Hoy, cuarenta años después, resulta evidente que todas aquellas personas acudieron a Woodstock por algo más que la música. Fueron a Woodstock a buscar una respuesta que nadie les daba. El éxtasis colectivo vivido durante tres días, algo que muchos compararon con el paraíso (a pesar de las colas, de las aglomeraciones, de la lluvia y del barro), no se volvió a repetir nunca más. Algunos intentaron reeditar con éxito nuevos Woodstock. En 1979, 1989, 1994 y 1999 intentaron lo imposible. Ni por asomo ninguna de esas ediciones se acercó al espíritu que caracterizó a la original. Para más inri, el último Woodstock, el del 30 aniversario, acabó dañando seriamente al mito. 32 grados de temperatura, pocos retretes para más de dos millones de personas, entradas carísimas y precios abusivos para el agua y la comida (hasta se llegaron a emitir unas tarjetas de créditos exclusivas para el festival) provocaron lo inevitable: vandalismo, quema de coches, peleas, abusos sexuales y gravísimos disturbios. Todo muy lejos del Woodstock’69 donde lo único reseñable fue la muerte accidental de tres personas (una por sobredosis, otra por apendicitis y una tercera atropellada por un tractor). En el otro extremo, se registraron dos nacimientos y el punto culminante de toda una generación muy especial.

Los que estuvieron y los que faltaron

La lista de los músicos que participaron en Woodstock es prolija. Entre ellos, estaban algunos de los más grandes: Crosby, Stills & Nash, Canned Heat, Joan Baez, The Who, Joe Cocker, Jefferson Airplane y unos debutantes Santana. Se interpretaron más de 200 canciones y contribuyeron especialmente a engordar la mitología del evento dos músicos que tardarían muy poco en morir trágicamente: Janis Joplin y Jimmy Hendrix.

De todas formas, si la lista de los músicos que encendieron la llama de Woodstock es ilustre, no menos ilustre y significativa es la de los que, por unos u otros motivos, no estuvieron. Por ejemplo, Jim Morrison (The Doors) e Ian Anderson (Jethro Tull) rechazaron la oferta por diferentes motivos nunca suficientemente aclarados. Led Zeppelin no quiso actuar en medio de tantos grupos para no parecer una banda de relleno. Los chicos de Iron Butterfly quedaron atascados en el aeropuerto y no se pudieron acercar al Festival. Moody Blues prefirió tocar en París ese mismo día. Una terrible pelea interna evitó que el Jeff Beck Group (con Rod Stewart y Ron Wood) acudiesen a la cita. Joni Mitchell se excusó para asistir a un show televisivo (lo que no le impidió terminar escribiendo la canción conmemorativa). Hasta se contactó con los Beatles pero John Lennon propuso ir a tocar con su nueva banda, la Plastic Ono Band, y finalmente no hubo acuerdo.

La película

Los organizadores no esconden que el festival de Woodstock constituyó un inmenso fracaso económico. Entre otras contrariedades, el evento terminó siendo forzosamente gratuito ya que la muchedumbre que quiso acceder al recinto acabó derrumbando las entradas y las vallas. A pesar de todo ello, gracias al éxito de una película que Michael Wadleigh rodó in situ con cinco cámaras, Woodstock acabó alcanzando la categoría de mito. La película, que fue montada por un jovencísimo Martin Scorsese y que ganó el Oscar en 1971 al Mejor Documental, se convirtió en una ventana de plata a la que pudo asomarse el mundo entero para saber lo que sucedió allí.

El comienzo del viaje ya es significativo. Mientras construyen (día y noche) un inmenso escenario, empiezan a llegar auténticas riadas de hippies. La gente del pueblo sale a las calles para recibirles. Coches amontonados como mosaicos. Cascada incesante de jóvenes. Performances de las comunidades hippies. Ejercicios de yoga colectivos. Un intenso olor a marihuana en el aire. La gente bañándose desnuda. Un joven se dirige a la cámara y dice: “¿Cómo podré vivir en Manhattan después de esto?”. Muy pronto los organizadores se ven desbordados. Los músicos, ante el colapso en las carreteras, tienen que llegar en helicóptero. Mientras tanto, cobra un protagonismo especial la megafonía y los peculiares mensajes que inundaron el festival durante tres días: avisan sobre la calidad del ácido que está en venta (aconsejan probarlo poco a poco), ruegan a la gente que busque un rincón para dormir, llaman con insistencia a una joven porque su chico le espera para pedirle matrimonio….

Una terrible tormenta estuvo a punto de poner en peligro el festival. La gente, convencida de que podrían con cualquier cosa, comenzó a gritar “¡not rain!” mientras una música de truenos les encogía el alma pero no la fiesta. El barro, de pronto, comenzó a convertirse en una piscina de juegos. Bajo la lluvia siguieron cantando y bailando en mitad de un éxtasis colectivo (otros dirán que estaban de marihuana y de ácido hasta las patillas). Unos helicópteros tiraban desde el cielo flores y vestidos secos mientras las autoridades cortaban la autopista a Nueva York y dejaban a cerca de un millón de personas incomunicadas. Empezó a escasear el agua, la comida y los medicamentos. La policía acababa de declarar el festival como zona de máxima alerta mientras helicópteros de la Armada llegaban con equipos médicos y comida.

A pesar de los contratiempos, todos vivieron la experiencia como un auténtico milagro. Un trozo de paraíso en mitad de una zona siniestrada. Y eso es lo que muestran, con la música de fondo de Jimmi Hendrix, las últimas imágenes de la película. El paisaje después de la batalla. Una batalla de paz y música.

Entre los de su estilo, el Festival de Woodstock no fue el primero, ni el único, ni el que mejor cartel tuvo (el festival de la isla de Wight le ganó por goleada), pero sí ha sido el más grande, el más representativo y el más recordado hito de la contracultura hippie asociada a la música rock.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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