– El teniente fue a casa de Quill y le metió cinco balas en el cuerpo, con lo que Quill murió de un claro envenenamiento de plomo.
– Mi primera mujer pidió el divorcio. Alegó crueldad. Que comía galletas en la cama, ese tipo de cosas, ya sabe.
– Sólo hay algo más retorcido que un abogado de Filadelfia y es un abogado irlandés.
– Todo el mundo es muy generoso con sus pequeños defectos como el de violar a las esposas ajenas.
– Fíjate que el batido de fresa está empezando a saberme a whisky.
– ¿El representante de la acusación va a cortejar a la testigo o la va a interrogar?
– Diga a mi amante esposo que prefiero esperarle en el coche. Dígale que ya puede romperle los huesos al putón verbenero.
– Ya sabía yo que ese tipo tenía algo raro. No hay que fiarse de los que beben ginebra.
Uno de las películas de juicios más aclamadas de la historia del cine. Tal vez la mejor, junto a “Testigo de cargo”. Atmósfera de jazz (con Duke Ellington en plan protagonista), violencia y sexo contenido, engaños, dobles sentidos y una conversación memorable sobre lo inadecuado del término “braga”. Eso sin olvidar a un apocado y genial James Stewart (alguien demasiado puro para las impurezas naturales del ejercicio de la ley) que se transforma en un león agresivo, indisciplinado y sarcástico durante los juicios. Un modesto abogado que necesita el dinero: su secretaria no para de pedirle dinero e incluso le dice que necesita otra máquina de escribir ya que la p y la m de la vieja muchas veces no marcan y “la parte de la primera parte” sale “arte de la riera arte”. De hecho, parte de la fuerza de la película radica en el enfrentamiento entre James Stewart y George C. Scott, la confrontación entre un sencillo abogado de provincias y el pomposo ayudante del fiscal general del estado.
Una película inolvidable y con un final de una ambigüedad perturbadora.