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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

EL TESTAMENTO DE LOS COLORES

Publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento cultural de “El Norte de Castilla”, el 20 de febrero de 2010

Kieslowski se embarcó en su particular proyecto de Revolución Francesa cinematográfica a principios de los años 90. Acababa de conquistar festivales y de cautivar a la crítica gracias a su “Decálogo” y a “La doble vida de Verónica”. Su nueva apuesta, la de la trilogía de los colores (los colores de la bandera francesa), iba a acabar convertida en uno de los más hermosos testamentos jamás filmados. En efecto, tras el estreno de “Rojo”, Kieslowski anunció su retirada del mundo del cine. Dos años después, en 1996, moría a la temprana edad de 54 años.

Los tres capítulos de esta hermosísima trilogía están bendecidos por los principios de la Revolución: la Libertad (Azul), la Igualdad (Blanco) y la Fraternidad (Rojo). Es decir, la Marsellesa a 24 fotogramas por segundo, con toda su simbología y sus valores abstractos. A pesar de ello, el nexo dramático que unifica los tres capítulos es la pérdida del amor. El punto de partida no puede estar más cerca del universo característico de Kieslowski: el dolor de una pérdida irreparable en Azul, la soledad y la humillación de un hombre al que le abandona su esposa en Blanco, el azar y los juegos del destino en Rojo. En Azul, Julie pierde en un accidente a su marido y a su hija; en Blanco, Karol sufre al ser rechazado por su mujer; en Rojo, Valentine conoce el sabor del amor, del desamor, del azar y del desengaño. En las tres películas los colores adquieren un protagonismo especial. El azul simboliza el pasado de Julie: es un azul que duele, que se escucha, que se saborea, un azul frío como la piscina en la que tantas veces se sumerge la protagonista. El blanco simboliza la inocencia de Karol y se viste con la nieve polaca o el recuerdo de su boda fallida. El rojo, en fin, simboliza la pasión de Valentina. Son infinidad los detalles coloreados de esta portentosa trilogía. La habitación azul, la piruleta azul que ya nunca comerá la niña muerta, la casa azul donde se muerde las lágrimas Juliette Binoche, la lámpara de cristales azules que constituye el único resto del naufragio; el velo blanco de la novia, las palomas blancas en el Metro, el despacho vacío y blanco, la blanca espalda y el rostro casi de mármol de Julie Delpy; el rojo del anuncio del chicle que protagoniza Irene Jacob, el rojo de los cables telefónicos, la sangre roja del perro atropellado, las butacas rojas del teatro…. Sería interminable analizar las coloridas metáforas visuales que de una forma tan poética nos regala Kieslowski, un director de elipsis, de sentimientos, de miradas y de silencios. En las tres películas compone una sinfonía dolorosa de imágenes y sonidos otorgando un protagonismo especial a los actores protagonistas y a la música (muy especialmente en Azul, con una banda sonora que no para de sonar como un tormento en la mente de Julie). ¿Quién no se enamoró de las tres protagonistas en su momento? ¿Y quién no se estremeció con la dolorosa composición de Jean-Louis Trintignant en Rojo? Es precisamente el gran actor francés la pieza fundamental de este ajedrez de colores. Su personaje del juez Kern, un intrigante y huraño voyeur, acaba transformándose en el Dios que controla todos los hilos y que ofrece una nueva oportunidad a los personajes principales de las tres películas. Es la enseñanza final en forma de testamento memorable de Kieslowski. Tres hermosísimos, pausados, melodiosos e hipnóticos poemas visuales que nos hablan de segundas oportunidades y de saudades pintadas con los colores del arco iris.

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Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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