Publicado en El Norte de Castilla el 25 de marzo de 2010
Es un viaje escrito con caligrafía de transgresión. Un camino nostálgico a una época revolucionaria. Una exposición para ver, sentir y leer. Se puede visitar en el Museo Patio Herreriano hasta el 25 de abril y recoge una muestra única de poesía experimental correspondiente a los años sesenta y setenta del siglo XX. En ella nos podemos encontrar poemas experimentales con palabras que se besan, se cruzan, caen como la lluvia o salen de un revólver; poemas sonoros consistentes en escribir lo que se desea poniendo atención en el sonido que produce el lápiz o el bolígrafo al rayar el papel; obras donde leemos: «La nueva poesía no emplea versos»; folios mecanografiados sin respetar márgenes y con letras cayendo en cascada formando figuras de mil y un significados; mapas de poesías, letras cruzadas que se sublevan y provocaciones caligráficas y visuales de todo tipo. Poesía experimental en todas sus variedades: poesía visual, poesía textual, poemas sonoros, libros-objeto, poesía-acción, fotopoemas, etcétera. En una de las obras expuestas leemos: «En el principio fue la figura geométrica». ¿O fue el verbo? ¿O el silencio? Hablamos de un mundo efervescente con ADN de utopía y rebelión caracterizado por la radicalización de las posturas artísticas, la convulsión creativa en todas las artes, la innovación de lenguajes y el compromiso político y social que desembocó en el Mayo del 68. También hablamos de artistas revolucionarios como Julio Campal o el Grupo Zaj formado en un principio por músicos transgresores (capaces de dar un concierto en el que, para escándalo de los puristas, alguno de los músicos se limitaba a comerse una manzana) pero al que pronto se adhieren todo tipo de artistas, entre ellos el poeta José Luis Castillejo. A los nuevos artistas se unieron otros de generaciones anteriores como Cirlot, Brossa o nuestro Francisco Pino, verdadero protagonista de la exposición aprovechando que este año se celebra el centenario de su nacimiento. Con Pino regresamos a sus famosos poemas visuales, a sus memorables libros-objeto y a sus biblio-arquitecturas donde la palabra e incluso la escritura desaparecen. También a sus libros de agujeros, es decir, regresamos al silencio, a la nada convertida en obra de arte. Escrito está (o tal vez no). La escritura como transgresión.