Otra novela inclasificable de Umbral. ¿Retablo del siglo XX, novela/saga, memoria umbraliana? “Un tal Pablo Picasso andaba por la ciudad haciendo retratos a las señoritas que se dejaban: la Tía Algadefina se dejó y la sacó en bolas”, es el comienzo de una novela en la que descubrimos que las tías de Francesillo, habitual alter ego de Umbral, fueron las verdaderas modelos de “Las señoritas de Aviñón” (y es que “no hay más que mirar el cuadro para comprender que aquellos desnudos no son de meretrices de Barcelona, sino de señoritas bien de Madrid”).
Francesillo nos va descubriendo, en forma de memorias a la manera de Umbral (alguien que no inventaba un mundo sino que se lo inventaba desde el más puro engaño), las décadas inmediatamente anteriores al estallido de la Guerra Civil. Por la casa familiar (y más concretamente por el cocido de los jueves) pasaron todos los que luego se llamaron del 98, así como algunos modernistas. Por allí pasaron Picasso, Unamuno, Alfonso XIII, Ruben Darío, Machaquito, La bella Otero, Pardo Bazán, los Primo de Rivera, Valle Inclán, Azaña, el Marqués de Bradomín y muchos otros. En medio de una Gran Vía que trepidaba de tranvías y charlestón, y enganchados al placer de la palabra y al imperio jugoso del adjetivo, he aprendido junto a Umbral, señoritas de Aviñón mediante, que “el cubismo es la geometrización de un gran culo de mujer”, que “el recuerdo del amor es siempre mejor que el amor” y que “las mujeres que no aman de verdad siempre hacen mucho daño”. Además he aprendido, como Francesillo, a manipular los textos, o sea a ser escritor.