Publicado en El Norte de Castilla el 29 de julio de 2010
Una película estrenada recientemente, casi en secreto, nos ha devuelto la figura legendaria de Serge Gainsbourg. A las nuevas generaciones, hijas de Operación Triunfo y de radio fórmulas más o menos repugnantes, su nombre les sonará a chino. Casi mejor. En el actual panorama musical, Gainsbourg desentonaría como un cisne en medio de una piara de cerdos. Serge Gainsbourg comenzó como pianista de cabaret. En ese ambiente conoce a Boris Vian, que le enseña el secreto de las composiciones provocativas y cínicas. Sus primeros discos, en los que flirtea con la chanson francesa y el jazz, pasan desapercibidos. Decide vender su alma al diablo: “Voy a lanzarme al mercado comercial y a comprarme un Rolls”. Las estrellas del momento se disputan sus canciones. Entre ellas la virginal y modosita France Gall, con quien gana el Festival de Eurovisión. Luego canta con ella “Les sucettes”, un encubierto canto a las felaciones. Primer escándalo. Gainsbourg comprende que fabricar manzanas envenenadas es el perfecto trampolín. Comienza a escribir obras maestras, álbumes inolvidables, suspiros febriles perfumados con menta. “Histoire de Melody Nelson” es considerado el primer poema sinfónico del pop. Sus letras juegan con la sonoridad de las palabras, con los dobles y triples sentidos, con la poesía provocativa de raíz existencialista. De chansonnier tradicional pasa a compositor insurrecto. “Es más aceptable hacer rock sin pretensiones que chanson mala con pretensiones literarias”. Bebe del cáliz del vértigo de Alicia en el País de las Maravillas,