Publicado en El Norte de Castilla el 7 de octubre de 2010
Gracias a la democracia de los callejones de ‘bits’ la vida es ahora un tsunami de comentarios. Suena bien eso de tener a mano todos los periódicos del mundo y, al alcance de un solo clic, escribir tu opinión para que lo lean hasta en Tombuctú. El problema viene cuando la peña saca a relucir sus instintos más bajos. El poder dejar tus comentarios desde el anonimato provoca que cada vez resulte más desmoralizador pulsar la opinión de la calle. Da lo mismo la noticia. No hace falta que sea de política o de fútbol. La noticia puede hablar de la muerte de Saramago, de violencia de género, de la concesión de un Nobel o de Sara Carbonero. Y no digamos si la noticia tiene que ver con la SGAE. Cualquier cosa vale para que mucha gente suelte barbaridades, para que deje al descubierto sus filias y fobias, para mostrarse en pañales racistas, homófobos o simplemente despreciables. La noticia puede ser de una ‘escort’ que salta a la fama por ser ‘acompañante’ de futbolistas (a las putas ahora las llaman escort. Eufemismo estúpido. Yo tengo un Ford Escort y no lo llamo ford puta) o puede ser una noticia sobre el Papa. Da lo mismo. Un ejemplo. Algunos lo recordarán. Este verano un anciano mató a tiros a una mujer en Madrid tras una discusión de tráfico. Los primeros comentarios especulaban, como siempre, con la nacionalidad del asesino. Cuando se supo que había sido un anciano autóctono los comentarios cambiaron. La mayoría eran parecidos al siguiente: «No sabéis lo contento que me puse al saber que hay una poligonera maleducada menos en este mundo. Ya estamos organizando una marcha frente a los tribunales en apoyo a este hombre y A las leyes que establecen que no puede ir a prisión. Por el momento este hombre no ha hecho más que ganarse mi respeto y el de millones de españoles que, a su edad y en su situación, haríamos exactamente lo mismo. Que sepa este hombre que no está solo». «Me sorprende cómo podemos ser tan hijos de puta», declaraba hace poco Kiko Veneno. En algunos periódicos de información general el espacio dedicado a los comentarios anónimos es una jungla canalla, un desahogo de pajilleros, de trolls o de hijoputas. Una inyección de veneno. Cápsulas de odio cibernéticas. Balas mortíferas envasadas en anonimato. Me he prometido no volver a leerlos. Por mi salud.