Publicado en El Norte de Castilla el 11 de noviembre de 2010
Lo llaman el Tea Party y está volviendo loco al Tío Sam. O le está poniendo cachondo, que de todo hay en la viña de John Wayne. Han aprovechado la crisis económica para, gracias a un discurso asquerosamente populista, conseguir tal protagonismo que hasta muchos republicanos piensan que la serpiente se les puede volver en contra. Desde luego, el éxito de los extremistas es una muy mala noticia para la justicia social, para la libertad, para la paz. La industria armamentística y los grupos de presión perjudicados por Obama (los mismos que han financiado la multimillonaria campaña) se frotan las manos. Debemos prepararnos para el efecto mariposa. De hecho, el centro extremo patrio se ha puesto muy contento por estos lares.
Acabo de ver un par de documentales protagonizados por los líderes de esta secta y creo fervientemente que las hamburguesas deben de tener un componente extra que ablanda la sesera de los yanquis. Eso es lo único que puede justificar el que hayan votado en masa a políticos que son abiertamente racistas, integristas, homófobos, intolerantes, retrógrados y, aunque dicen dormir con la Biblia bajo la almohada, los menos solidarios y caritativos del mundo. El que sus ataques más furibundos vayan contra el Medicare -el sistema sanitario que cubre a los ancianos y jubilados- ya dice mucho de ellos. Da miedo pensar que EE UU (y por extensión el mundo entero) esté en manos de políticos que afirman que la teoría evolutiva de Darwin es errónea, que «la homosexualidad y el alcoholismo están cortados por el mismo patrón», que el calentamiento global es una gran mentira, que los ciudadanos tienen que armarse más para que el mundo les tenga respeto o que «los programas de beneficencia social violan alguno de los Diez Mandamientos». Políticos que están a favor de la abstinencia sexual y en contra de la masturbación, que quieren un «Muro de Berlín para los inmigrantes» y que odian a los intelectuales. Un cóctel cochambroso de fundamentalismo religioso y patrioterismo violento que está en contra del matrimonio entre homosexuales y que se opone radicalmente al aborto (han llegado a decir que «el embarazo de las víctimas de violación podría ser un deseo divino»). En fin, estos tipos tan simpáticos del Tea Party tienen la sartén por el mango. Y dan mucho miedo.