Publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento literario de “El Norte de Castilla”, el 20 de noviembre de 2010
Leer a Georges Perec nunca deja de resultar sorprendente. El mismo autor parisino, trágicamente desaparecido a los 45 años, se jactaba de no haber escrito nunca dos libros semejantes: “nunca tuve ganas de repetir un libro, una fórmula, un sistema o una manera ya elaboradas en un libro precedente”. Sin embargo, jamás hubiera dudado de que “La cámara oscura” era obra de Perec. A nadie se le hubiera ocurrido recordar, recopilar, reunir y sistematizar los sueños que tuvo entre 1968 y 1972. Un total de 124 sueños. Eso es “La cámara oscura”.
Georges Perec es un autor inclasificable. Volvía locos a los críticos y desconcertaba a los lectores. La huella del escritor desaparecía en odiseas más o menos extravagantes, en retos más o menos fascinantes. Perec escribía con el cuchillo entre los dientes y al filo del precipicio. Gracias a ello, firmó una de las obras más fastuosas de todo el siglo XX y es el padre de una novela total, casi perfecta, auténtico resumen de sus preocupaciones literarias, de sus anhelos, de sus desafíos. “La vida, instrucciones de uso” es probablemente el último gran acontecimiento literario en la historia de la novela. Es más, tengo la sospecha de que todos los libros que escribió Perec fueron sólo un banco de pruebas para poder alumbrar “La vida instrucciones de uso”. “La cámara oscura” sería un eslabón más de ese seductor proceso. Corresponde a un período, alrededor de 1970, en el que Perec había comenzado una febril actividad de recuperación autobiográfica. En ese año empezó a anotar sueños en libretas negras, así como a redactar fichas sobre las habitaciones en las que había dormido o a escribir recuerdos de infancia. “La cámara oscura” se publicó en 1973, tras los hercúleos retos de “La disparition” (novela de intriga en forma de lipograma donde no aparecía ni una sola vez la vocal e) y “Les revenentes” (novela construida utilizando una única vocal: la e). Con “La cámara oscura” Perec olvida la forma novelesca y se deja arrastrar por uno de sus mayores placeres, el de inventariar, enumerar, acumular, archivar. En este caso, sueños.
El mismo autor dividió su obra en cuatro grandes apartados. El primero hacía hincapié en lo cotidiano (“Las cosas”); el segundo en lo autobiográfico (“W o el recuerdo de la infancia”); el tercero en lo lúdico (el gusto por las constricciones, las proezas lingüísticas, las enseñanzas del Oulipo); y el último en lo puramente novelesco (“La vida instrucciones de uso”). Una clasificación que puede saltar por los aires en cualquier momento. Así, en todos los libros de Perec late un tono autobiográfico y casi todos están mediatizados por alguna restricción o estructura oulipiana. Es más, se podría dibujar un quinto apartado, el de todos aquellos proyectos perecquianos consistentes en listas, enumeraciones, inventarios, catálogos, series minuciosas y largas de todo tipo de cosas. En este apartado podríamos encuadrar libros y proyectos tan interesantes como “Me acuerdo”, “Notas sobre el modo y arte de ordenar libros”, “Tentativa de saturación onomástica de J.R.”, “Me gusta, no me gusta”, “243 postales en colores auténticos”, “Notas sobre los objetos que ocupan mi mesa de trabajo” o “Intento de agotamiento de un lugar parisino”. También “La cámara oscura”, sin duda uno de los proyectos más relevantes y consistentes. El primer sueño registrado es de mayo del 68 aunque es a partir de julio de 1970 cuando Perec comienza a anotarlos en sus libretas negras. Reconoce el mismo autor que lo hizo por el miedo a olvidar, por el temor que le producía el no poder retener la vida que se le escapaba, por el pánico a perder sus huellas. Su furor por clasificar e inventariar le llevó a guardar todo. Incluido sus sueños. “Admito que estos sueños no fueron vividos para ser sueños, sino soñados para ser textos”, confiesa Perec. La realidad es que en la experiencia onírica y fragmentaria de “La cámara oscura” vale todo. Se trata de un striptease emocional en el que las obsesiones de Perec se suben al escenario. Hay juegos de palabras, humor (planea hacer una traducción para tartamudos de “Las cosas”), obsesión por alguna mujer de la que sólo conocemos la inicial de su nombre, aparición de referentes literarios como Verne, gags estilo Lucky Luke, bailes de Butsy Berkeley, mundos de Escher y Moebius, sueños de crucigramas, angustia onírica, pesadillas literarias (encuentra una e en “La disparition”), evocación de sueños comunes. También una gran ceremonia del recuerdo y la tragedia: el sueño recurrente de campos de concentración o de las SS llegando a su casa para detener a la familia. A veces los sueños son microrrelatos hermosísimos. Otras, unos impactantes poemas. En algún caso, el propio autor omite voluntariamente el sueño, que aparece registrado pero sólo nos regala la página en blanco. “Sé que no es más que un sueño pero no puedo escapar de este sueño”, dice en uno de ellos. “Solamente soñaba para escribir mis sueños”, confiesa en otro.
“La cámara oscura” es una obra absolutamente perecquiana. Una obra menor pero necesaria para conocer al gran mago de las palabras, al escritor inclasificable obsesionado con clasificar todo. Un genio que murió en 1982 mientras escribía “53 días”, una novela que olía a obra maestra por los cuatro costados. Alguna vez yo he soñado que regresaba Perec y terminaba “53 días”. Por soñar que no quede.