Publicado en El Norte de Castilla el 9 de diciembre de 2010
Muchas generaciones nos hemos criado con la historia del rey poderoso y presumido, los sastres pícaros que le confeccionan un traje con tela invisible y el inocente niño que descubre la mentira y se atreve a gritar que el rey está desnudo. Julian Assange ha dado una vuelta de tuerca a la historia de Andersen y la ha reescrito sobre callejones de bits bajo la rúbrica de Wikileaks. Un ‘cablegate’ en toda regla. Miles de documentos sobre las guerras de Afganistán y de Irak ya fueron filtrados. Ahora han dejado en calzoncillos a la diplomacia yanqui. Los gobiernos más poderosos tiemblan, aunque algunas filtraciones sólo sean carne de salsa rosa: la Administración Bush jugando al palo y la zanahoria con España; Putin conchabado con Berlusconi y sus velinas; la salud mental de la presidenta Kirchner, el botox de Gadafi o los cabreos de Moratinos. Se adivina, sin embargo, un universo de gargantas profundas. Y mosquea la actitud de los gobiernos (acostumbrados a hacer lo que les da la gana) y la de otros poderes tradicionalmente beneficiados con el oscurantismo. Han decidido matar al mensajero. Al tocapelotas oficial del Pentágono le han cancelado las cuentas y le han detenido, acusado de un par de violaciones que salieron a la luz, casualmente, tras las filtraciones. Sus abogados temen una extradición a los EE UU, donde algunos políticos han llegado a pedir su ejecución. Los ‘hackers’ prometen guerra y Wikileaks ha creado más de 500 clones para no desaparecer. Se dice que existe una información encriptada que saldrá a la luz en caso de que a Assange le ocurra algo. ¿Nadie piensa que lo importante no es quién cometió el crimen de filtrar la información sino los crímenes que puede desvelar esa información? Nos han enseñado en el Sáhara que la diplomacia está por encima de los derechos humanos. Ahora nos dicen que la seguridad está por encima de la transparencia. Assange ha descubierto las vergüenzas del rey, ha gritado que está desnudo y el rey se ha cabreado y promete sangre. La verdad no se para. La verdad nos separa. ¿Hacia qué lado caerán los dados?