Publicado en El Norte de Castilla el 25 de febrero de 2011
Los Goya 2011 son historia. Escuchando a la gente que asistió al acto llama la atención la crispación que debió respirarse en la entrada. A los habituales reventadores del acto provistos con banderas preconstitucionales se les unió la gente de Internet. Junto a ellos, matrimonios con niños soltando barbaridades por la boca. ¡Y yo que siempre había pensado que la peña asistía a esos actos para ver de cerca a los actores y actrices! La culpa de todo parece que es de la gente del cine. La mitomanía ha dejado paso al pim-pam-pum. Los medios de comunicación de extremo centro han hecho bien su papel. Una lástima que todos los ‘focos’ se centren en los cómicos, en la gente de la farándula, en las personas destinadas a hacernos soñar. ¿Son los cineastas el enemigo? En el país de las subvenciones parece ser que solo el cine las recibe. Nos roban los de los bancos, los del gas, las operadoras de telefonía, las petroleras, nos roba todo dios, pero solo protestan porque la gente del cine (o de la música) quiere cobrar por su trabajo. Ese odio debería conducirse hacia otro lado. El cine es la máquina de los sueños. No deberíamos matarla. Nuestra juventud, nuestras ilusiones, nuestros mejores recuerdos están escondidos en la sala a oscuras de un gran cine. Nunca me cansaré de hacer alegatos a favor del cine en pantalla grande. Es cierto que, poco a poco, nos lo ponen más difícil. Resulta insoportable asistir a una sesión y aguantar al vecino masticando palomitas a dos carrillos, chupando la pajita de la cocacola hasta beberse los jodidos hielos y hablando, cuando se tercia, por el móvil. En Letonia han acabado con la tontería. Un policía sacó la pipa y, tras discutir airadamente con el compañero de butaca que no paraba de molestar comiendo palomitas, le descerrajó un tiro. No hay que llegar a esos extremos. Tal vez con haberle metido las palomitas por el culo hubiese bastado. En todo caso, no sería mala idea repartir fotocopias de la noticia antes de que empiece la película. Lo dicho: entre todos nos cargamos la máquina de los sueños. Qué pena.