Era la tercera parte de la Santísima Trinidad que me faltaba por visionar. Tras mi rendición más absoluta a “Perdidos” y a “Fringe”, tenía curiosidad por saber cómo empezó todo. El inicio del particular mundo del dios JJ Abrams respondía al nombre de “Alias”, una serie de espionaje y acción basada en la lucha de la inteligencia estadounidense contra el crimen organizado internacional (Wikipedia dixit).
Pues ya está. Después de ver los 105 adrenalínicos episodios que componen las cinco temporadas de “Alias”, he comprendido un poco mejor el universo Abrams y el origen de las obsesiones que protagonizan tanto “Perdidos” como “Fringe”. En “Alias” ya están presentes todas ellas: la manipulación genética, la dicotomía bien/mal, las difíciles relaciones paterno-filiales, el tema del doble, la religión y la ciencia (o la tecnología flirteando con la mística), la criptografía y los mensajes ocultos, la recurrente utilización de distintos mundos y realidades, el improbable (o no) regreso de la muerte…. En “Alias”, además, todo está aderezado con el protagonismo extraño y memorable de un arquitecto, profeta y hombre de ciencia del siglo XV, Milo Rambaldi, cuyos trabajos, artilugios y profecías se convierten en el Santo Grial por el que se matan gobiernos y grupos terroristas internacionales. Todo ello sin olvidar que “Alias” es la serie cosmopolita por excelencia (en ella viajamos de un lugar a otro del mundo en apenas unos segundos) y un alegato feminista de primer orden en virtud, sobre todo, del gran protagonismo otorgado a las mujeres y en especial a Sidney Bristow, una increíble agente de la CIA que hace que, a su lado, James Bond parezca una muñequita de Famosa. Y sin olvidar, por supuesto, la principal marca de fábrica del señor JJ Adams, esos imprevisibles giros argumentales que hacen que cada una de sus series se transformen en una droga de irresistible adicción, y que han convertido al guionista y director estadounidense en el gran mago de los cliffhangers.