Publicado en El Norte de Castilla el 27 de enero de 2012
Lo ha dicho el sheriff del corral: “es hora de aplicar las mismas reglas a los de arriba y a los de abajo”. Obama ha añadido, además, que millones de estadounidenses trabajan duro y respetan las reglas, y que por eso “Washington debe dejar de subsidiar a los millonarios”. Más vale que le hagan caso. La gente está al límite y Robespierre acecha. Curiosamente, horas antes/horas después, han ido surgiendo noticias atravesadas por el mismo espíritu. En Grecia publican “la lista de la vergüenza” con los nombres de más de cuatro mil evasores fiscales. En Italia, la policía fiscal se pone dura y descubre 50.000 millones de euros en rentas no declaradas. Aquí, la Defensora del Pueblo acusa al Banco de España de proteger más a las entidades bancarias que a los ciudadanos y los Inspectores de Hacienda denuncian el escandaloso trato de favor que se da a los grandes evasores fiscales frente a la vigilancia implacable que sufren los pequeños contribuyentes. Las redes sociales, por si fuera poco, echan chispas y espumarajos de indignación. Los recortes sociales, las subidas de impuestos y los despidos conviven todos los días con noticias de despilfarros, de escándalos y de obscenas prerrogativas para unos pocos: políticos que aprueban su propia subida de sueldo, diputados con jubilaciones privilegiadas, abusos en el cobro de dietas, llamativos beneficios fiscales e impunidad jurídica por el mero hecho de sentarse en la bancada del Congreso y turbios y muy bien remunerados trabajos cuando dejan la vida política (lo que hace sospechar al ciudadano sobre los oscuros servicios que se están cobrando). Eso sin contar con las pornográficas jubilaciones que reciben algunos exdirectivos de bancos (el último, Francisco Luzón, se lleva a su casa una pensión de 56 millones de euros). Tal vez por todo esto, a políticos y poderosos les ha dado por aparentar dignidad. O sea el tío Gilito transformado en un Robin Hood pasado por la túrmix de la comprensión y la solidaridad con las clases trabajadoras. Saben que tienen a Robespierre en el cogote. No sé si le tienen miedo. Pero deberían.