Publicado en El Norte de Castilla el 3 de febrero de 2012
Dice un proverbio árabe que “un libro es como un jardín que se lleva en el bolsillo”. Si eso es cierto, la Biblioteca Nacional guarda en su interior treinta millones de jardines. Pero es que, además, algunos de esos jardines son realmente prodigiosos. Para conmemorar el 300 aniversario de su creación, la Biblioteca Nacional ha montado una exposición antológica en la que muestra algunas de sus joyas más preciadas. Es un pecado dejar pasar la oportunidad de ver una primera edición del Quijote, o el Beato de Liébana, o los Códices I y II de Leonardo da Vinci (realmente estremece pensar que tienes delante un libro que, en su día, escribió el propio Leonardo). La lista es interminable y el viaje en el que nos embarcamos resulta extraordinario: códices medievales atravesados por caligrafías hermosísimas, manuscritos iluminados, misales, cantorales, primeras ediciones e incunables (la Biblioteca Nacional custodia más de 3.500). Pero hay mucho más. Por ejemplo, cartas y autógrafos de algunos de los mejores escritores de la historia, documentos excepcionales y únicos que permiten que nos adentremos en la intimidad del proceso creativo: manuscritos de Lorca, de Alberti, de Borges, de Blasco Ibáñez, el Libro de los Gorriones de Bécquer, los últimos versos de Miguel Hernández, el primer manuscrito español en facsímil (El bastardo Mudarra de Lope de Vega) y un increíble y mágico etcétera. A todos estos tesoros bibliográficos hay que añadir grabados (de Picasso a Durero pasando por Los Caprichos de Goya), fotografías, dibujos (desde Velázquez hasta Murillo), partituras, carteles y mapas. Una auténtica gozada. Una asignatura obligada para todos aquellos que amen los libros y la belleza. La gran fiesta de los libros. A mi amigo Ariel Conceiro le he dejado por allí, llorando de emoción por las esquinas, extasiado ante tanta belleza, totalmente zarandeado por el síndrome de Stendhal. Pobrecito, no quiero ni imaginarme el día que le presente a Sophie Marceau.