La mirada inocente y limpia de una niña es… tan bonita. Lo de las niñas asesinas en el manga es una tendencia como cualquier otra, las ha habido siempre por lo tanto Kagura debería ser una de tantas, pero no es así. Cierto es que su instinto asesino es muy marcado, tanto, que le viene con los genes: los del clan extraterrestre Yato. Esta familia, dotada de una fuerza sobrehumana, que a lo largo de los siglos se han empleado como mercenarios asesinos para participar en vendettas, guerras o cualquier disputa en la que se les pudiera contratar. Ellos son los reyes de la violencia, sanguinarios y sin el más mínimo rasgo de arrepentimiento. Matar es su vida, lo llevan escrito en el ADN y ninguno se plantea luchar contra ese sentimiento. Kagura sí lo hace. Además, los miembros del clan Yato tienen otra particularidad: son especialmente sensibles a la luz del sol, por eso siempre llevan un paraguas con sorpresa.
Todo esto tampoco es para tanto, es decir, no la hace especial. Sin embargo, Kagura tiene muy mala leche. No en el sentido de asesina sanguinaria, ni de los brotes psicóticos que le dan cuando le tocan la fibra, si no en su absurdo y maravilloso sentido del humor. Kagura es el complemento perfecto de Gintoki con el que comparte, en cierta medida, la manera de de ver la vida. Vagos, sarcásticos y surrealistas sus conversaciones, que rozan el dadaísmo, son lo mejor de los diálogos de Gintama. Digamos que la filosofía de Kagura se podría resumir en esta gran cita suya: «No hace falta tener carnet para atropellar a alguien».
Kagura tiene un padre (con alopecia y un gran trauma), un hermano (de esos sanguinarios que no se arrepienten) y un perro gigante, Sadaharu, la única mascota capaz de aguantar la fuerza sobrehumana de Kagura. La relación con su padre es especial. La verdad es que siempre ha pasado de ella, pero vuelve e intenta retomar su relación. En ese momento empiezan a escribirse cartas a cada más… familiares. Lo de su hermano es otra historia porque Kamui quiere acabar con todos los miembros de su familia, bueno los que quedan, o sea, su padre y su hermana.
La criaturita Yato ingresa en la Yorozuya después de que Gintoki le atropelle con la scooter dando lugar a una de las escenas más desternillantes que recuerdo (con Gin pidiendo una máquina del tiempo). Como se siente pelín cumpable la ayuda a librarse del yakuza para el que trabaja a cambio de comida y se la lleva a casa. Entonces se da cuenta de que la chica es un pozo sin fondo. Se pasa la vida comiendo, jamás para. Gintoki la aguanta y la quiere como un padre con su hija. El sentimieto es mutuo, ella le profesa un cariño especial y le imita en muchas de sus malas costumbres.
Aunque al principio Kagura quiere volver a casa, poco a poco Gintoki y Shinpachi se convierten en su familia y en imprescindibles en su vida. Tiene su enfrentamiento particular con su hermano porque Kagura no quiere matar, renuncia a esa violencia y el ansia de matar que lleva dentro. Se revela contra su destino, contra lo que se supone que debe hacer porque ha nacido para ello. Su padre la apoya, su hermano le odia. Tiene una relación particular con Okita. Con él comparte sobre todo el sadismo que ambos albergan, pero mientras que Okita exhibe el suyo sin ningún problema Kagura lo oculta. Serían la pareja ideal pero la verdad es que no se llevan demasiado bien, se pasan la vida compitiendo. Okita también es bastante absurdo así que juntos tienen mucha gracia.
Kagura es divertida y graciosa, me encanta su instinto asesino y sus ganas de sangre. En su manera de luchar no hay ni dolor ni miedo. Es el mejor personaje después de Gintoki, que para eso es el protagonista, y su acompañante perfecta. Una vuelta de tuerca más a las niñas asesinas con cara de buenas.
– MEG –