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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Valente

Le hacen esta semana, le están haciendo ya, hoy, mañana, un homenaje de placas descorridas y discursos de corbata a José Ángel Valente. La excusa es uno de esos múltiplos acabados en cero que le inventamos al calendario para hacernos más llevadera la cansina rueda de los días, el ochenta aniversario de su nacimiento o del nacimiento de su primer gato, algo así, y en los que al final cuenta más el discurso o la placa que el gato.

A buenas horas. Me parece a mí que Valente pasa ya mucho de homenajes y cenas de copa y puro, incluso si la cena programada fuera a base del sabroso marisco orensano, que sería lo propio viniendo de donde viene y celebrándose para quien se celebra (los gatos tampoco le hacen ascos al marisco). El homenaje llega sólo con nueve años de retraso; aquí huele a muerto, y yo no he sido, podríamos decir con Martes y Trece, ahora que también ellos han muerto como pareja escénica. Tuvimos medio siglo – o al menos un cuarto, desde la teórica asunción por la democracia del poeta exiliado – para rendirle a tiempo homenajes, Academias, doctorados de laurel y flor en la solapa. Medio siglo de silencio oficial, de silencio administrativo sólo roto por el ocasional aplauso crítico, literario; medio siglo de olvido que pretenden redimir ahora con una placa en piedra y la lectura ceñuda de sus versos.

Ve uno en todo esto una suerte de cargo de conciencia general, una falta ominosa que nadie se atreve a nombrar y que pretenden enterrar bajo oropeles de mármol falso y el reparto implícito de la culpa. La culpa, cuanto más repartida, más llevadera. La responsabilidad del daño se diluye en el equipo, en el partido, en el jurado, y así nunca la asume nadie, aunque se haya sido miembro del partido o del equipo toda la vida. Tratan entre todos de hacerse un lavado de conciencia colectivo a través del homenaje, pero hay que decirles que, como casi siempre la administración, llegan tarde y mal, y que su reconocimiento no tiene efecto retroactivo. Para lo único que vale esta cena es como síntesis y refrendo – uno más – de los pecados nacionales aludidos, la envidia y el gregarismo (el olvido es la envidia por omisión). Casi siempre van juntos. En España olvidamos, y es un deporte de siglos, de los que se destacan del rebaño, de los que siguen su propio sendero antes que el sendero oficial, y que suelen ser los mejores. Cuando Gallardón – probable excepción – se definió como un verso suelto dentro de su partido, se comentó mucho la audacia verbal, pero lo que nadie dijo fue que acababa de sellar su ataúd político: adiós a la Moncloa y demás aspiraciones. Los únicos maestros con los que me he topado en la vida eran todos versos sueltos; entre otras cosas por eso, por versos sueltos, eran maestros y no funcionarios del pensamiento. También los poetas dignos de tal nombre son todos versos sueltos, y si los apilamos en generaciones o grupos es tan sólo por comodidad enciclopédica. Valente fue verso suelto como ninguno, y ahora su patria, cuyo nombre no sabía, a la que no sabía si mirar con amor u odio, le baila el tango vil de la memoria corrupta. Mejor hubiera sido volver a sus libros o escribirle un poema. En silencio honesto.

(El Norte de Castilla, septiembre de 2009)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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