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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Papá H.

Borges dijo que Hemingway se suicidó el día en que se dio cuenta de que era un mal escritor. A Borges le sobraba inteligencia para ser cruel con cualquiera – empezando por él mismo -, pero Hemingway fue, y es, un escritor grande, un estilista de primer orden, riguroso hasta el extremo, casi un jansenista, cuya gran tragedia fue que el ruido de su vida silenciara la fuerza de su prosa. Me refiero a su imagen pública, por supuesto, malentendido que el tiempo no ha hecho sino agravar. Hoy a Hemingway se lo conoce más por los San Fermines que por sus cuentos, ejemplares piezas de pulimento narrativo. Queda el pintorequismo y se olvida la razón que le hizo ser quien es. Queda la botella de ginebra diaria y se olvidan las siete horas que se pasaba de pie delante de la máquina de escribir. Hemingway no era un vividor que escribía sino un escritor que vivía; es decir que vivía para contarla, como en el título de las memorias de García Márquez.

Con todo, hay otra tragedia de la que tampoco es culpable, o mejor dicho lo es como lo es todo héroe trágico: por el cumplimiento moral del objetivo que se ha impuesto, que al final produce una consecuencia imprevista que lo desborda. Esta tragedia es el proceso de hemingwayzación que ha sufrido la prosa estadounidense desde el tiro en la boca de papá H., y aun desde antes. La aparente sencillez de su prosa, su aparente casi ingenuismo sintáctico y léxico, crearon la impresión en los muchos que no profundizaron en los misterios del iceberg de que era muy fácil escribir así, y el resultado fue que pasamos de la sencillez profunda de papá a la simpleza inane de sus discípulos. Los mejores, como siempre, fueron quienes hicieron síntesis y no mímesis. Ahora que la efeméride del tiro nos ha devuelto solo al Hemingway de pañoleta y safari, quizá convendría como lectura de verano volver al origen del malentendido y comprobar que en su dictamen Borges no solo fue cruel sino injusto.

(El Norte de Castilla, 14/7/2011)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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