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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Miles Davis

A los veinte años de su muerte, la figura de Miles Davis ocupa el trono principal en el Olimpo de los músicos de una música en la que mitificar a sus más destacados creadores supone uno de los ejercicios a los que sus devotos se entregan con más pasión. Que como todas las pasiones es esencial, beligerantemente exclusivista, capaz de dejar de lado a todo aquel que no se ciñe a su latido. Y Miles personifica como ningún otro esa beligerancia exclusivista, por cuanto que su obra es capaz de generar en el mismo oyente un rechazo y un amor tan intensos como irreconciliables. Hay – y son incontables – quien, sin dejar de escuchar una y otra vez sus trabajos previos, abjura de Miles desde su abrazo al jazz-rock y los instrumentos eléctricos: para ellos, muere con Bitches Brew; otros, aun más reductores, lo asesinan cuando abandona el jazz modal.

Sin embargo, si Miles ha quedado por algo, si por algo ocupa el trono principal en el Olimpo del jazz no es por el sonido afieltrado, de dolorosa belleza, que le sacaba a la sordina de su trompeta; no por su capacidad de poeta de decir más con menos, de convocar abisalmente un estado de ánimo con una frase de cinco notas espaciadas, ni por su intuición para armar una banda. O no solo. Quedará ante todo por el camino recorrido, por el conjunto global de una obra que es una de las cimas artísticas inexcusables del siglo XX y de cualquier siglo. Miles es irreducible a escuelas, porque las fue creando a su soplar, un aventurero que jamás dejó de investigar, de probar, de abrir caminos. Su último disco fue grabado con músicos de hip-hop a los que casi triplicaba la edad. Pero es que la búsqueda te mantiene joven.

Claro que a los reductores es imposible convencerlos: una música conmueve o no conmueve, y no hay nada que hacer. Mala suerte para ellos, que no tienen los oídos del Ariel Conceiro de Vicente Álvarez, capaz de disfrutar de Live/Evil o Amandla sin por ello negar Kind of blue.

(El Norte de Castilla, 29/9/2011)

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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