Sándor Márai nace y muere con el siglo. El siglo XX comienza con la guerra del 14 y concluye con la caída del Muro de Berlín. Márai nace en el 1900 —es decir que al nacer el siglo él tiene ya edad como para darse cuenta de que algo muy grave está ocurriendo, e interesarse por ello— y se suicida, aquejado por la pérdida irreversible del amor, meses antes de que el Muro se derrumbe y Europa, siquiera formalmente, deshaga la oposición, económica pero ante todo psicológica, entre los bloques Este/Oeste —suicidio que es otra prueba más de que el latido del mundo resulta indiferente cuando el latido propio ha dejado de sentirse—. Pertenece pues Sándor Márai a esa estirpe de autores de Centroeuropa y Europa del Este con los que la tradición cultural y filosófica occidental, con el advenimiento y desastre de la Segunda Guerra, pasaría a establecerse, en parte debido al exilio forzoso de muchos de ellos, en Estados Unidos. Es la estirpe de los Thomas Mann, Stefan Zweig, Stranvinsky, su compatriota Béla Bartók, Arnold Schoenberg y sobre todo Vladimir Nabokov, con quien comparte afinidades que hacen de los dos una suerte extraña de hermanos desconocidos. Incluso se parecen físicamente.
El origen social y la condición de nómada son los dos factores inseparables y complementarios que determinan el pensamiento, la obra y la actitud vital/moral de Sándor Márai. Burgués desde la cuna, para SM la burguesía es mucho más que un accidente de clase. Un poco paradójicamente, afirma que >. Márai pues, a diferencia de tantos, no solo acepta o se resigna a su condición de burgués sino que la defiende. ¿Y en qué consiste esa cualidad específica del burgués? El ser burgués según lo entiende el escritor húngaro nada tiene que ver con no querer mancharse los guantes blancos al comer el hojaldre o al dar la propina al pobre de iglesia. Es algo mucho más radical: la conciencia de la singularidad del hombre —y, a mayores, del escritor—. Nabokov adquiere la misma conciencia por la vía de la aristocracia. Conciencia que no deja nunca de ser crítica —la conciencia no crítica es una contradicción en términos: ceguera—, que no entiende de privilegios adquiridos y denuncia la estupidez de los supuestamente suyos: > Y es que la conciencia nunca puede ser de clase, como tampoco la memoria puede ser >. Conciencia y memoria son atributos individuales y estancos; se pueden compartir solo en el sentido de dar a conocer los propios, pero no en el de ejercitarlos comunalmente.
El segundo y determinante factor fue la condición de nómada. El exilio obligó a SM a tomar quizá la decisión más crucial de su vida: abrazar las lenguas alemana o inglesa o permanecer fiel a su húngara natal. Elige lo segundo, a diferencia de Nabokov y tantos otros, y ello supone un primer suicidio previo al biológico: un suicidio social y minucioso, que progresivamente le hace perder más y más lectores (Sándor Márai no fue un autor sorteado por la fama en vida. Durante el periodo de entreguerras hubo pocos más populares y con mayor presencia en diversos ámbitos, desde la poesía al teatro al —también— periodismo). Pierde lectores pero no pierde voz literaria. Escribir en otra lengua habría sido armar y perpetuar una impostura, que acaso el lector no notase pero que sin duda hubiera notado él. La lengua húngara es así la patria que lo acompaña en el viaje forzado, el trozo portátil de Hungría que se lleva en la valija y en la pluma, sin ocupar espacio. Renunciar al húngaro hubiera sido como renunciar a la memoria, y es esta el gran agente creador de la obra novelística de SM —la que a fin de cuentas más parece interesar en su revival póstumo—. De las vías abiertas por los grandes renovadores del género que trajo el siglo, Marái se abstiene de explorar el lenguaje por el lenguaje, de retorcerlo por el mero placer de ver hasta dónde puede retorcerse sin llegar a la quiebra; sin embargo, e igual que Proust, no se conforma con poner el espejo al lado de la vida y contar lo que pasa por el espejo: admite y favorece las interrupciones en la narración para el río de la reflexión interior —que por otro lado también es narración—, y funda las peripecias de sus protagonistas en la memoria. Y esta memoria era una memoria húngara, una memoria en lengua húngara.
Podemos incorporar un tercer factor, complementario, al origen social y al nomadismo, que es la conciencia perpetua de la muerte, agudizada según pasan los años y que atraviesa el conjunto de su obra memorial y novelística. Recomendaría no ceñirse a la segunda. Ambas se enriquecen mutuamente, y el placer adictivo de la lectura se ve multiplicado.
(La sombra del ciprés, 23/11/2013)