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Eduardo Roldán

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Ficción documental

Overlord (<<Jefe supremo>>) es el nombre en código con que se denominó la operación del desembarco el Día D, 6 de junio de 1944, en la que tres millones de tropas cruzaron el Canal de la Mancha hasta la Francia ocupada. Y es donde comienza (y concluye) el film de Stuart Cooper, que narra el periodo desde que un joven recibe la notificación para alistarse hasta el día en que finalmente arriba en las playas de Normandía: el entrenamiento en el cuerpo de Marines, el enamoramiento en un baile de una chica que no baila, el tedio de la espera, el traslado final. Se trata pues, antes que de un fresco histórico-político de la operación, de la historia de un joven que se ve arrastrado por las circunstancias del momento, un joven sin formación militar que sin embargo tiene ya suficiente edad para morir, y morir como un insecto aplastado por un pie. Historia sencillísima, que de entrada echará para atrás al espectador que busca en el cine bélico <<acción excitante>>, lo que sería un error; si bien no hay, o apenas, intercambios de fuego atronante, la observación de los quehaceres del joven presenta un interés agudo y sostenido. El retrato es conmovedor —devastador—, en gran medida, precisamente, por su cotidianeidad tranquila. Tom (Brian Stirner), el joven, cree que va a morir, y así se lo dice a sus padres, que no se preocupen, ha tenido una buena vida; y lo dice con un desapego desarmante, sencillamente siente que la muerte se aproxima como quien nota <<que se ha cogido un resfriado>>. Acepta la muerte con invencible y templado estoicismo, un destino que le ha sido impuesto y que él asume como un deber más, como asumiría el deber de entregar los pedidos de una tienda de comestibles si su destino hubiera sido el de chico de los recados. No lo mueven las palabras con mayúsculas, la Patria, el Honor, la Libertad; lo mueve la circunstancia, que él acepta sin darse pompa ni caer en la desesperación.

Pero este retrato no adquiriría la fuerza que tiene si no fuera por la manera en que se engarza en la circunstancia, en la peripecia bélica. Es aquí donde el film de Cooper se destaca de otros del género, gracias al equilibrio con que fusiona imágenes documentales y ficticias, de un modo por completo orgánico, sin que se le noten las costuras. El 70 % de las imágenes de Overlord fueron filmadas <<en vivo>>, el resto es material de archivo, desde noticiarios a imágenes sin tratar grabadas por los soldados. Cooper empleó cuatro años, unas tres mil horas, en seleccionar las imágenes (para un film que no llega a la hora y media), pero el esfuerzo se ve recompensado: con la cantidad de imágenes conocidas de la Segunda Guerra Mundial, muchas no dejarán de sorprender. Entre estas destaca la de un ingenio mecánico, suerte de monstruoso anfibio de metal, que desde el barco llega a la playa y se ve atrapado por retorcidos, defensivos y espirales alambres de púas; una imagen como de otro tiempo, o fuera del tiempo, mítica.

Para conseguir la fusión blanquinegra de imágenes documentales y ficticias, el director de fotografía, John Alcott —habitual de Kubrick—, empleó unas lentes alemanas de principios de los 30, y el resultado se nota; es decir, no se nota en absoluto, y ahí su valor y la razón principal de que la historia de Tom, aun tópica, se sienta verdadera. Al verismo fotográfico contribuye también el del vestuario, las localizaciones y hasta la interpretación. Los actores fueron preparados por el Cuerpo Real de Marines, y en la primera parte de la formación resulta imposible no recordar La chaqueta metálica: desde el movimiento de cámara que acompaña al instructor por el barracón hasta los encuadres cuando se dirige a los reclutas (paralelamente, las tomas en las trincheras de Overlord no pueden sino evocar las de Senderos de gloria).

Pero el film al que en primer lugar se asocie quizá sea The War Game, que Peter Watkins dirigiera ocho años antes. Hay, no obstante, una diferencia radical, y es que, pese a la apariencia, la ficción de Watkins —excelente— no tiene ninguna imagen anclada en la realidad: todo está dispuesto para conseguir un efecto; Cooper, hemos visto, prefiere sumergir la ficción en la realidad, y así enriquecer ambas, alumbrando un producto de una originalidad y una seducción admirables.

(La sombra del ciprés, 11/2/2022)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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