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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Retablo de humor congelado

<<Un escritor ha de tener voz>>, decía Camilo José Cela, y lo mismo cabe predicar de cualquier artista. Por descontado, esto no supone que el artista esté blindado a la influencia —<<la originalidad pura no existe>>, sostenía Ernesto Sábato—, sino que las ha procesado por su filtro y alumbrado un producto personal. Desde esta perspectiva es probable que en cine, hoy, no haya creador más original que el sueco Roy Andersson. Bastan unos pocos segundos para darse cuenta de que nos encontramos ante un film suyo (o al menos un film suyo desde Canciones del segundo piso, año 2000, que realizó tras un parón forzado en el campo del largometraje de veinticinco años).

Du levande, que cabría traducir como <<Tú vives>>, es una comedia existencialista, de humor a un tiempo metafísico y absurdo, un humor más de sonrisa congelada que de carcajada.

Es a través de una puesta en escena singularísima —única— que Andersson da cuerpo al humor. El film se compone de cincuenta breves sketches, pequeños dramas que con frecuencia se resuelven en una sola escena de plano general o de conjunto y encuadre fijo: un retablo de viñetas mayormente cotidianas (también oníricas) que alumbran un universo atravesado de amargura (y de esperanza). Ante estos encuadres fijos —solo hay, juraría, dos movimientos de cámara en todo el metraje, dos lentos trávelins—, es un poco como si el espectador estuviera delante de un acuario y los actores fueran los peces que se mueven, si lo hacen, con mayor morosidad que en la vida real, tal que soportasen una gravitas que les impidiese desplegarse con plena libertad. Este estatismo hace que el efecto dependa fundamentalmente de la dinámica interna del plano, concebidos con una atención al detalle no inferior al de un Jacques Tati —quizá la influencia más clara— o un Wes Anderson: el leve gesto de la mano de un actor, el movimiento de cabeza de un perro acostado, una puerta que se cierra… adquieren un significado que de otro modo no tendrían, y dan el matiz exacto que en ese momento se quiere obtener (si bien no se pueden separar del conjunto de la escena). La profundidad de campo desempeña un papel crucial en la captación de estos detalles, y uno de los mayores placeres que proporciona el film es observar lo que está aconteciendo en segundo término, por detrás del intercambio principal. En conjunto, queda una sensación de hiperrealidad, de realidad más allá de la realidad, a la que contribuye en grandísima parte el que los escenarios resulten construcciones en estudio, un logro en verdad anonadante.

Junto al aspecto visual, el sonido está cuidado en la misma medida, y coopera en el drama de manera capital. Du levande no es una comedia muda, pero casi, y los efectos sonoros alcanzan, como los lacónicos diálogos o parlamentos, una importancia central. Una joven llama <<sádica>> a su madre o suegra por servirle la cena con una cerveza sin alcohol: <<¿Qué sentido tiene vivir si no te puedes emborrachar?>>. Un psiquiatra afirma que lleva veintisiete años tratando de ayudar a gente mezquina, y que ha concluido que lo mejor es atiborrarles a pastillas. Un peluquero hace un surco con la maquinilla de frente a nuca de la cabeza de un cliente tras unos comentarios de este; luego reconoce que <<había tenido un mal día>>. Y hay escenas más ácidas.

Las dos más memorables son oníricas. En la primera, un hombre en un atasco relata cómo ha soñado que lo condenaban a la silla eléctrica por intentar el truco de retirar el mantel de una mesa puesta y romper toda vajilla de porcelana. Es el sketch quizá más largo y una muestra de adición dramática, chiste a chiste, matiz a matiz, ejemplar. El tratamiento que Andersson hace del sueño no difiere del de la <<realidad>>, como si ambas pertenecieran a una realidad superior que las englobase, sin romper así, muy sabiamente, el tono establecido. Que tampoco se rompe en la escena más deslumbrante, la de la chica que sueña haberse casadado con el guitarrista de rock de quien está enamorada (y a quien apenas conoce); están en el apartamento y este comienza a moverse como un vagón de tren, y a través de la ventana vemos desplazarse el fondo, hasta que se detiene en un andén donde una multitud se ha congregado y los vitorea. En sí misma esta escena justificaría la visión completa del film; sin embargo, es solo el broche de lujo de un retablo excepcional en calidad e idiosincrasia.

(La sombra del ciprés, 25/3/2022)

@enfaserem

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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