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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Una mirada limpia

Al azar, Baltasar es una suerte de milagro: un film que alcanza y transmite humanismo, en el significado más hondo, a través, básicamente, de la observación de la vida de un animal, el burro Baltasar del título. Baltasar nace en una granja y alcanza la juventud en ella; Bresson se basta de un inserto —<<Pasaron los años>>— para dar cuenta de este periodo. A partir de aquí va a pasar de mano en mano por varios de los habitantes de la localidad, hasta completar el círculo, terminar en la granja donde nació y morir. Como suele ocurrir en la filmografía del cineasta francés, la peripecia narrativa puede resumirse en línea y media; y como suele —pero nunca en tal grado— lo que se obtiene es una experiencia que no parece excesivo calificar de religiosa, más allá de un sentido estricto.

¿Cómo lo consigue Bresson? El pilar central es la manera en que Baltasar es retratado: en su pura animalidad, en su pura burridad, sin la habitual <<humanización>> con que los animales son tratados en el cine. Baltasar reacciona como reaccionaría cualquier burro, con resignación circular si lo ponen a dar vueltas a un pozo, con espanto y dolor huidizos si le prenden fuego a la cola, con alivio si le dan un lecho de paja para dormir despúes de un día de labor agotadora; todas estas reacciones se muestran sin subrayar, sin regodearse en el fuego o en la paja, con una distancia que respeta la dignidad del animal en toda su plenitud.

En contraste y complemento, tenemos las formas de conducirse de los dueños por los que va pasando Baltasar, sus pasiones y miserias, sus dobleces. Vemos el amor para con él de Marie (Anne Wiazemsky), la crueldad frustrada de Gerard (François Lafarge), la preocupación, no por completo altruista, del borracho del pueblo. El gran logro de Bresson, la manera de dar densidad al contraste entre el animal y los hombres, es que el espectador, a la vez que ve a Baltasar con sus ojos, ve a los personajes del film con los ojos de Baltasar: una mirada limpia, inocente, adánica, una mirada sin lentes, sin preconcepciones. Y así las pasiones y miserias resultan imposibles de esconder, de justificar. Y no es que veamos como Baltasar solo lo que Baltasar ve; el film tiene muchas escenas que el burro no presencia, pero esa mirada ya se ha inoculado en el espectador, y es con ella que evaluamos —más justamente— los distintos hilos narrativos.

Es muy posible considerar Al azar… un film cristiano, con el peregrinaje del burro como un paralelo de las distintas etapas de la pasión. Con mayor precisión, habría quizá que hablar de un film jansenista, por el énfasis del jansenismo en la predestinación y la falta de libre albedrío, en las mezquindades humanas, en el pecado original (que Marie, al comienzo, borraría al bautizar a Baltasar y darle nombre). Y también por su jansenismo, como sinónimo de intransigencia, en cuanto al estilo. Bresson es un cineasta a la contra, y las restricciones estilísticas que se impone son numerosas. La más inmediata, el uso de <<modelos>> en lugar de actores profesionales, pretendiendo suprimir cualquier rastro de <<interpretación>>, de manierismo en las inflexiones vocales o los gestos (en este sentido el animal, que se limita a estar, es el perfecto modelo bressoniano). Lo cual no suprime la emoción, sino que abre un espacio para que el espectador lo complete, concede una libertad que por lo común las películas no respetan, empeñadas en recalcar, mediante la música y otros recursos, cómo hemos de sentirnos. Bresson, por contra, aboga por el esencialismo, por la contención: el uso de la elipsis, del corte o del breve fundido a negro como vía para la transición de escenas; el uso más que comedido de la música diegética (en este caso, una sonata para piano, que mezcla con los rebuznos de Baltasar) y de los primeros planos, y de los movimientos de cámara. Un enfoque que Paul Schrader llamó estilo trascendental, y que casi siempre concluye con una escena de estasis, de quietud, que lleve de algún modo a la catarsis, a una suerte de purificación estética que es también espiritual. La de Al azar, Baltasar supone la rúbrica, cabría incluso decir que necesaria, a todo lo visto: Baltasar, de vuelta en la granja que lo vio nacer, yace en un prado rodeado de ovejas cual nubes en el cielo: tras tantos hombres, al final encuentra el reposo entre sus pares, que no le piden nada y lo aceptan tal cual es. Una enseñanza final simple y profunda para un film capaz de conmover como muy pocos.

(La sombra del ciprés, 22/4/2022)

@enfaserem

 

Ficha del film

Tít: Al azar, Baltasar

Dir: Robert Bresson

Año: 1966

Int.: Anne Wiazemsky, François Lafarge, Walter Green

Francia, Suecia; blanco y negro; drama

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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