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Eduardo Roldán

ENFASEREM

Más allá del terror

Nosferatu: Una sinfonía del horror es la lectura que del Drácula de Bram Stoker dio Friedrich Wilhem Murnau hace un siglo, y sigue, tras las incontables lecturas posteriores, siendo una referencia ineludible —en buena medida la referencia ineludible—. Pero no por las razones que cabría sospechar desde la lectura del título. Porque la sinfonía de Murnau genera, al espectador actual, muy poco terror o angustia, si es que le genera alguno, y por tanto habría que calificarlo de film fallido, por no cumplir, como film de terror, con el objetivo primero (igual que una comedia no cumple con el suyo si no hace reír). Y sin embargo los archivos aseguran que en el momento de su estreno produjo visionados desmayantes, que se extendió el rumor de que Murnau había contratado a un vampiro real (“real”) para interpretar al conde. No hay que dudar de la veracidad de los archivos, y en realidad basta ver otros títulos sagrados del género de aquella época para concluir que comedias y melodramas, y hasta el cine épico, han sobrevivido mejor que los filmes silentes de terror. No es pues en la condición de artefacto productor de angustia como hay que acercarse a Nosferatu —con esta aproximación resulta ingenuo, incluso ridículo—, sino, justamente —paradójicamente—, dejando el terror a un lado. Si se hace ese ejercicio de sustracción o apartamiento queda un film más inventivo, innovador y arriesgado —más moderno— que la inmensa mayoría de cintas del presente.

Lo primero que ha de destacarse es el tratamiento que Murnau y Albin Grau (diseñador de producción) dan a la imagen. Sobre la que hay que desmentir, como en el del caso del terror, otra creencia arraigada: Nosferatu, pese a la catalogación de puntal del movimiento que se suele hacer de él, no es un film expresionista. No encontrará el espectador los dinteles de las puertas y los encuadres torcidos de El gabinete del doctor Caligari, contrastes tan abruptos entre la iluminación del objeto en primer plano y el fondo negro como en Las manos de Orlac, o la sensación opresiva de De la mañana a la medianoche. Por supuesto hay planos donde se hace evidente la huella del expresionismo más académico —si cabe aplicar tal término a corriente tan libérrima—, como los icónicos, al final, de la sombra del vampiro contra la pared y el de las manos que se acercan, pero son los menos; el expresionismo de Nosferatu —en un sentido visual, inmediato– se da en las interpretaciones de los actores, de una gestualidad desmedida (salvo la de Max Schreck como el conde Orlok, pero en su caso el maquillaje hace las veces del gesto), y que es el aspecto más obsoleto y el que menos favorece la generación de miedo a que nos hemos referido. En comparación con los títulos citados, Nosferatu adopta un punto de vista casi documental, despegado, donde el naturalismo tiene un peso decisivo. Murnau, en lugar de telas pintadas en los decorados, muestra el sol flotante en las hojas de los árboles, airea la narración, la saca a navegar o a cabalgar por el campo, ofrece cielos y caminos y los fotografía por lo general con luz progresiva, mucho menos contrastada que en los marcados claroscuros, de delimitación casi cubista, habituales. No se trata de una elección meramente cosmética; con el uso del naturalismo se potencia la verosimilitud, la sensación de que la fantasía narrada tiene un pie en la realidad, de que el horror puede, en cualquier momento, abrirse paso entre lo cotidiano (y esto sí constituye un rasgo típico del género).

Pero quizá donde el genio de Murnau alcanza su más alta plasmación sea en la composición de encuadres, donde cada objeto —el cuerpo de un actor, una lámpara, un enjambre de ratas— parece ocupar el espacio que le es justo y a la justa distancia, y en el esamblaje de dichos encuadres; la fluidez que presenta la narración, no reñida con el estatismo de la cámara, resulta asombrosa: Nosferatu tiene muchos más cortes que las cintas de la época, y sin embargo no da la impresión de apresuramiento; el relato, sin subrayarlo, no pierde nunca el pulso de la tensión, y es una tensión oculta, como por detrás de la apariencia, una suerte de lógica causal pesadillesca que lo impregna de un fatalismo, de una inevitabilidad creciente hasta el extásis liberatorio del final, que disipa el horror. O tal vez solo lo suspende.

(La sombra del ciprés, 14/10/2022)

@enfaserem

 

Ficha del film

Tít.: Nosferatu: Una sinfonía del horror

Dir.: F. W. Murnau

Ints.: Max Schreck, Gustav von Wangenheim, Greta Schröder

País: Alemania

Drama, 96 mins., blanco y negro, muda

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Sobre el autor

Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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