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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El pintor del jazz

Ante un siglo que nos ha dado a Arnold Schönberg, a Igor Stravinski o a John Williams, es difícil argüir que el más grande compositor circunscribió su arte a lo que es en esencia una música popular, y sin embargo cabe establecer el caso en favor de Edward <<Duke>> Ellington, el Duque, incluso por músicos considerados <<clásicos>>. Pues muy pocos, si es que alguno, han alumbrado una obra tan varia y extensa, tan rica en color y matices, y sin perder jamás en sus distintas expresiones una voz que se ha podido imitar, pero que resulta inimitable.

Ellington comenzó fogueando su piano con los saltos angulosos del ragtime y del stride, y con las armonías terrenales del blues, pero en cuanto pudo adoptó la orquesta como instrumento. Ellington no tocaba el piano, tocaba una orquesta, la orquesta era su instrumento. (O, mejor dicho, su instrumento principal, pues en paralelo dejó también una carrera a piano solo o en combos reducidos que por sí misma habría valido a cualquier otro para entrar en la historia).

La orquesta de Ellington era para el líder como la paleta para el pintor. La diferencia con otros compositores y arreglistas, aparte de su genio compositivo, se da en los matices que el Duque consigue extraer de la paleta. El juego de timbres, ritmos, tapices sonoros está equilibrado al milímetro para obtener el efecto deseado, teniendo siempre en mente quiénes son esos colores (esos músicos) que van a tocar la pieza. Verbigracia, Ellington no <<solo>> compone un Concierto para trompeta: compone un Concierto para Cootie, teniendo en mente el timbre exacto, la fluidez peculiar del fraseo de la trompeta de Cootie Williams. Y así con tantas otras piezas.

La primera gran etapa de la banda es la que surge a mediados de los años veinte con la eclosión del llamado <<sonido de la jungla>>, que en el fondo no abandonaría nunca del todo. En el 27 es contratado en el celebérrimo Cotton Club, donde el Duque comenzó a explorar combinaciones entre las distintas secciones de la orquesta, las sordinas en los metales, los ritmos sincopados que evocan el frenesí de la gran ciudad, las disonancias en ocasiones estridentes… Una música a la vez de una modernidad inédita y arraigada en la gran tradición, y que en el 38 llegó a un cénit que le permitió realizar su primer viaje Europa, primero de muchos que habrían de llegar.

Por esta época ya se han incorporado algunos de los más míticos solistas de la banda, desde el clarinetista Barney Bigard hasta el inmenso saxo barítono Harry Carney, y el Duque ya dejado para la historia una serie de piezas —Black and Tan Fantasy, Mood Indigo, Caravan…— cuya enumeración sería muy fatigosa de agotar.

La segunda gran edad de oro, con la probablemente más alta formación que conoció la orquesta, la conocida como BlantonWebster band, comienza en torno a 1940, momento en que se produce la fundamental incorporación de quien sería el más fiel escudero de Ellington por más de veinticinco años, Billy Strayhorn, con el que el Duque formaría una simbiosis compositiva y arreglista de difílcil parangón, suerte de Lennon/McCartney o Jagger/Richards en jazz.

Un nuevo hito se establece en el año 43, al dar el Duque a conocer su primera suite orquestal, Black, Brown and Beige, en el Carnegie Hall —recibida con frialdad por una parte no menor de la crítica, y hoy considerada una obra maestra—. Ellington irá con los años privilegiando la forma suite —Liberian Suite, Far East Suite…—, e incorporando en ellas, trotamundos como fue, las sonoridades étnicas de aquellos lugares que visitaba, e imbricándolas con sus arreglos de un modo que el resultado era un todo orgánico, no una sucesión de pegotes.

Tras componer puntualmente también para el cine, a mediados de los sesenta comenzará su última etapa con lo que él mismo terminaría considerando su mayor logro, la trilogía de conciertos sacros —que merecería, aprovechando la efeméride, una nueva remasterización conjuta—, que en buena medida puede considerarse el canto del cisne de un legado —cincuenta años con más de mil piezas compuestas— tan admirable como sobrecogedor.

(La sombra del ciprés, 18/5/2024)

@enfaserem

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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