El adiós de Angela Merkel supone en no poca medida el adiós de la política como diálogo. Merkel ha pilotado el poderoso navío alemán durante dieciséis años siempre en coalición, siendo la mano ejecutora pero sin dejar de tener los oídos abiertos a otras voces, y no solo abiertos los oídos sino comunicados con los pies, para moverse de su posición inicial si la negociación lo exigía. (Compárese esto con la declaración independentista ante la mesa de diálogo y el nuevo referéndum: <<No somos los Hermanos Marx. No tenemos otros principios. Esto es lo que hay>>). Ojo: no ha de entenderse lo dicho sobre la excanciller como resignación o blandura: no ha dejado de mostrarse firme, aun en contra de la euforia del populismo, y a la larga se demostraba, con frecuencia, que ella tenía razón. Es una cuestión de método, no por infrecuente menos valiosa; en lugar del grito de titular, el quehacer en sordina, sostenido, la política como carrera de fondo y no como pasarela de moda.
Y su adiós supone también la confirmación de la importancia cada vez menor de las marcas partidistas. Merkel las aglutinaba todas, y ahora Alemania trata de encajar a tres bandas los bolillos de las siglas, pero va para largo. Se demuestra pues que en una democracia saneada el pueblo prefiere votar a personas capaces que a marcas eufónicas, y poco importa que quien dirige profese la fe cristiana y uno no, si esa fe se la reserva para sí y en el día a día pelea y empuja por principios laicos y científicos, así la investigación con células madre.
¿Qué hará ahora, dedicarse a la química cuántica? Tal vez no estaría de más tentarla con un puesto de mando en la UE. Con perdón de los químicos.
(El Norte de Castilla, 13/10/2021)
@enfaserem