No son las siglas de un carro de combate sino las iniciales del cineasta más original del, al menos, último cuarto de siglo. ¿Tarantino original? Ante todo. Si hay algo que planteen las cintas del de Knoxville es que el arte no brota de la nada, y que en última instancia la diferencia entre una obra de arte y una que no lo es radica en la habilidad con que se han asumido y filtrado los modelos; si se quiere, la habilidad con que se ha plagiado (muchas veces inconscientemente, valga la contradicción). La voz del artista es ese filtro, y cuando el producto final enriquece de alguna manera al modelo, entonces puede hablarse de arte. A Tarantino se le reduce con frecuencia a un mero fagocitador indiscriminado, sin otro mérito que el de su insaciabilidad; si así fuera, bastaría con ver las películas que él ha visto para filmar/firmar las que él ha hecho. Pero el caso es que solo las hace él. Más aun: cuando es él el copiado, la copia “canta” tantísimo que produce sonrojo. Le han copiado mucho y le copian cada día más, pero cuantas más copias surgen más se demuestra lo inimitable que es. Ocurre que el copiador se ha quedado solo en la corteza y en los tics, no ha filtrado, no ha aportado ni retorcido nada. La referencia por la referencia no vale una mierda, y esto los copiadores sin arte  no lo terminan de entender; en realidad, no hace falta conocer el modelo para disfrutar del producto final. Sí, ese plano partido lo ha podido tomar de Brian De Palma, y sí, ese contrapicado de Sergio Leone, y el percibirlo nos puede producir el agradable cosquilleo del reconocimiento, pero daría igual que no lo hubiéramos percibido: uno y otro se sostienen autónomamente y tienen una justificación orgánica dentro del film: son así porque así tienen que ser, porque adoptando esa forma y en ese momento adquieren todo su sentido. Si no, serían calco olvidable.

Tarantino cumple 50 y asegura le quedan tres películas. No las necesita para entrar en la historia.

(El Norte de Castilla, 28/3/2013)