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Eduardo Roldán

ENFASEREM

El portero de la ética

Puede parecer un obviedad, pero como tantas obviedades se olvida de continuo: el primer deber del intelectual es ser honesto. El intelectual no solo ha de tener un fondo de cabeza bien surtido sino, más importante, la suficiente cintura mental como para admitir la duda, admitir la inseguridad, admitir que se ha equivocado y que su opinión es ahora otra ―es en este último punto donde más intelectuales encallan―, así como la entereza moral para defender sus convicciones, aun si tal defensa le granjea la oposición de quienes supuestamente integran una corriente de pensamiento afín a la suya (aunque ningún intelectual verdadero pertenece, según la concepción expuesta, a corriente alguna, ni estética ni política). En este sentido, hay muy pocos ilustrados que encarnen el calificativo de intelectual como lo encarna Camus, capaz de afirmar sin empacho que el partido político al que él pertenecería sería aquel que aglutinase a quienes no están seguros de tener razón, y que prefirió el repudio público de Sartre y acólitos a desdecirse de las denuncias contra el marxismo de aparato que exponía en El hombre rebelde. El intelectual pues interroga y se interroga, y es por tanto un permanente insatisfecho. Lo cual no quiere decir que cuando ha alcanzado lo que estima es una verdad no la defienda con suma contundencia (la contundencia no excluye la rectificación).

El empeño que recorre la plural obra de Camus es el de intentar atrapar, bien por la vía directa del ensayo o el periodismo, bien por la simbólica de la novela y la pieza teatral, ese puñado escaso de verdades que son constitutivas del hombre en cuanto que hombre y que parten de los atributos que solo el hombre posee (podemos llamar a esta búsqueda existencial o simplemente humana). El origen de esta búsqueda lo expone Camus cuando escribe que el problema primero de la filosofía es el suicidio. Y es que la renuncia voluntaria a la vida es tal vez la decisión más específicamente humana, por cuanto que supone no solo renunciar a lo factual sino a lo posible, y renunciar para siempre. Por muy dolorosas que sean las circunstancias que llevan a alguien a suicidarse, se trata en último término de una decisión libre, pero que a la vez agota la libertad. Desde otro lado, quien decide no tomar esa decisión aun con la creencia de que al final no hay nada y de que en el mientras nada va a cambiar, ¿no está actuando contra sus convicciones, de forma no-ética? ¿O es que en el fondo, aunque no sea consciente, sigue creyendo en el cambio? Dicho de otro modo: ¿por qué Sísifo sigue empujando la piedra? En realidad tanto el que decide cortar como el que decide seguir actúan de forma humana; ambas decisiones son, si no igualmente comprensibles, sí igualmente defendibles como producto del ejercicio de la libertad. El compromiso intelectual inevitablemente exige preocuparse por y defender a quienes deciden seguir empujando la piedra, aun si no son capaces de sacudirse la conciencia del absurdo que es empujar y empujar, aun si el propio intelectual lo percibe también como un absurdo. De hecho, el que lo perciba como un absurdo ennoblece moralmente el compromiso, pues supone que no busca recompensa más allá de la preocupación y la defensa.

Paco Umbral dijo que la única razón por la que Camus obtuvo más el favor del público que Sartre fue porque escribía en citas. A Umbral le sobraba talento para ser cruel con quien quisiera, pero rara vez era injusto. Es cierto que si de algo peca en ocasiones el estilo de Camus es de sentencioso; pero también que el tipo de obra didáctica ―ojo: no panfletaria ni sermoneadora― de AC se presta a la sentencia contundente. Lo cual no quiere decir que tales contundencias carezcan de brillantez o de verdad, incluso de verdad poética (o sea doble verdad): > Calígula: >. Ya está, el delirio de omnipotencia en tres palabras; esto es poesía destilada, una imagen directa y simple, deslumbrante. Aun sentencioso, lo innegable es la vigencia de los escritos camusianos: fundada en el presente ―en el hoy o en un pasado fuera del tiempo―, que no otro es el tiempo de la ética, la obra de Camus no ha hecho otra cosa que agigantarse con el paso de los años. Podemos preferir a otros, pero lo seguro es que muy pocos han explorado las cuatro o cinco preguntas que en definitiva nos constituyen con la sencillez y la hondura del portero de fútbol metido a escritor. Y eso no pasa de moda.

(La sombra del ciprés, 27/4/2013)

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Columnas, reseñas, apuntes a vuelamáquina... El autor cree en el derecho al silencio y al sueño profundo.


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