Zawinul? Hola. Acabo de ver el concierto, no ha estado mal del todo. A propósito, me llamo Jaco Pastorius y soy el mejor bajista del mundo.>>
—Anda y que te den por culo.
Por aquel entonces (circa 1975) toda la trayectoria de Pastorius, 24 años, se reducía a algunos cursos como profesor y a un par de oscuras grabaciones. En unos seis meses publicaría el primer disco a su nombre y se incorporaría a la banda del teclista austriaco que comprensiblemente le había mandado a hacer gárgaras, contribuyendo definitivamente a convertirla en la más importante formación de jazz-rock del mundo; a su muerte, diez años más tarde, poseía un estatus que ningún bajista había alcanzado antes y casi seguro alcance nunca.
Estatus que no es condición necesaria del maldito, que puede vivir y morir en el olvido, como tampoco lo es la de la muerte temprana (ahí está Panero); de hecho ni siquiera la conjunción de ambas condiciones, estatus legendario y muerte temprana, define al maldito. Porque el maldito lo es siempre pese a sí mismo, no por circunstancias externas, por muy trágicas que estas resulten (Lorca fue maldito por homosexual y otras razones íntimas; si no se le hubieran pegado un tiro, habría seguido siendo maldito el resto de su vida). El maldito lo es porque no puede no serlo, lleva el gen del malditismo en el interior como un segundo corazón negro que le hubieran implantado sin su permiso, y al primero que le gustaría no ser maldito es a él. Así, la imagen que se tiene del maldito como joven airado suele ser falsa; el maldito forzado, el que va de maldito, no lo es nunca: si algo no es el maldito es impostor, y ocurre solo que se confunde el malditismo con la mala educación.
Jaco Pastorius sí cumple en cualquier caso las condiciones expuestas, y la del estatus de manera abrumadora y merecida. Dudo que haya otro músico al que se le pueda asociar con un instrumento de manera tan medular, e incluyo a Glenn Gould y el Steinway. JP contribuyó como nadie antes ni después a expandir las posibilidades expresivas del bajo eléctrico y a redefinir el papel del bajista dentro del combo. El bajista para el público es como el portero de fútbol: solo se acuerda de él cuando la pifia. Pero JP no se resignó a quedarse entre las sombras: con una presencia escénica arrolladora, heredada en parte de Hendrix, brincaba, pisaba un pedal, pisaba otro, iba, venía, nunca quieto, sin dejar de tocar y sin perder una nota. No solo era otro más del grupo en igualdad con los solistas sino que muchas veces atraía más miradas que ellos. Un despliegue imposible sin el virtuosismo instrumental que él tenía y que, en cualquier caso, no ha de opacar nunca ni lo conmovedor de su música ni la profundidad de los conceptos musicales de esta, que en esencia fue la aplicación y estiramiento de los de Scott LaFaro en un contexto eléctrico.
> es un término que hoy se aplica con demasiada ligereza, y al que entonces ni siquiera se le había puesto nombre, pero fue el corazón negro que determinó el malditismo de Pastorius. Pese a que su aspecto escuálidamente nervioso podía hacer pensar otra cosa, JP fue durante mucho tiempo un hombre limpio de alcohol y drogas, que con medicación y ayuda humana podía mantener los vaivenes anímicos más o menos bajo control. El frecuentar los paraísos artificiales le agravó su condición natural y disparó una conducta errática que lo llevó a afeitarse la cabeza, pintarse la cara de negro, tirar el bajo al público o dejarlo olvidado al pie de una canasta de baloncesto, listo para ser robado mientras él jugaba. Murió a consecuencia de las heridas infligidas por un portero de bar al que había provocado, y este fue el último escalón, en cierto modo inevitable —el desenlace podría haber tenido otra causa, pero es muy probable que no mucho más tarde—, de alguien que había tocado el cielo artístico y que había pasado los últimos meses de su vida durmiendo en el parque y comiendo de limosnas. El dios de las cuatro cuerdas.
(La sombra del ciprés, 24/5/2014)