Ahora, después de tanto tiempo de estar llamando a las puertas del cielo, aparece esa cosita tan cabrona del miedo. Estos días he tenido que poner punto final a las galeradas últimas: “El Necronomicón nazi” está en capilla. Cuando pones en el cadalso al bebé, sabes muy bien que ya no hay nada que hacer. Los errores tipográficos, los despistes, los gazapos estúpidos, todos ellos dignos de un Titivillus especialmente perverso, me han atormentado estos últimos días. Apenas he dormido, puliendo adjetivos hasta altas horas de la madrugada, enfangándome en un caleidoscopio de conspiraciones y peligros, activando la llama del recuerdo para mantenerme vivo: recuerdos como guillotinas, recuerdos jugando al ajedrez o, mucho mejor, a la Oca, recuerdos que no dejan de desgarrar el cielo con puñales y poesías. Para certificar el feliz nacimiento, he hecho un viaje relámpago a Barcelona con el fin de rematar los últimos flecos en la Editorial y estar con mi agente après la pluie. La suerte está echada. Han sido tres años de noches filibusteras, consumido por la aritmética y la alquimia, trabajando casi ininterrumpidamente en la fragua de Vulcano y soñando, como siempre, como desde hace tanto tiempo, con ser Cide Hamete Benengeli. En fin, que el 07.07.07 será el día. Que los hijos de los hijos de Cervantes y Valle-Inclán me pillen confesado.