Prometen cualquier cosa sin el más mínimo rubor. Algunos prometen viagra; otros, podólogo gratis; otros, empastes gratuitos; otros, programas de televisión para gays y lesbianas; algunos hablan de obligar a abrir las panaderías a mediodía. Cualquier cosa por conseguir un jodido voto. Hasta una candidata belga ofrece felaciones a los 40.000 primeros que se inscriban en la web de su partido. A este paso, cualquier iluminado va a prometer libros en vez de tarjetas para fichar en el trabajo. Y eso sí que no. ¡Qué desfachatez!
Todo este maremágnum de promesas me recuerda una historia que aparece en múltiples libros de tabernas y que nos debería hacer reflexionar. Un político de relumbrón sufre un accidente y muere. Su alma llega al paraíso y se encuentra con San Pedro, que le da la bienvenida y le sorprende con el siguiente comentario: “Muy raramente un político importante llega hasta aquí y no estamos muy seguros de qué hacer contigo, así que hemos decidido que pases un día en el infierno y otro en el paraíso para que luego tú decidas personalmente donde quieres pasar la eternidad”. Inmediatamente, el político coge un ascensor y baja al infierno. Allí, nada más abrirse las puertas, ve un maravilloso campo de golf y descubre a algunos de sus compañeros políticos. Se abrazan, juegan un partido, beben champán, cenan copiosamente y terminan la noche con preciosas jovencitas. Al día siguiente, todos acuden a despedirle a la puerta del ascensor. Cuando se vuelven a abrir las puertas, se encuentra con un mundo lleno de nubes algodonosas y se pasa todo el día, de nube en nube, tocando una pequeña lira. A las 24 horas, San Pedro va a buscarlo y le pide que decida entre el cielo y el infierno. El político, aunque no niega que ha sido agradable su estancia en el cielo, reconoce que todo lo que ha tenido en el infierno ha sido maravilloso y decide pasar su eternidad allí. San Pedro le acompaña hasta el ascensor y éste comienza a bajar, a bajar, a bajar. Al abrirse las puertas, el político se encuentra en mitad de un páramo desolado, lleno de mierda y malos olores. Sus amigos del campo de golf, vestidos con harapos, recogen desperdicios y caminan como zombis. Antes de darse cuenta, el Diablo se pone a su altura y lo abraza. “No entiendo nada”, exclama el político, auténticamente horrorizado por lo que está viendo. El Diablo le mira y sonríe: “AYER ESTÁBAMOS EN CAMPAÑA. HOY…. YA VOTASTE POR NOSOTROS”.