Publicado en El Norte de Castilla el 5 de octubre de 2012

El comienzo del otoño es sinónimo de guerra catódica. En EEUU saben mucho de esto. Por eso todas las cadenas de televisión dedican este momento del año a presentar su parrilla de temporada. Últimamente, buena parte de su éxito depende de descubrir un Tony Soprano, un Don Draper, un Walter Bishop, un Sheldon Cooper. Nunca antes habían coincidido en pantalla series tan excepcionales. El mejor cine está en ellas. También, quizá, la mejor literatura de la actualidad. Por estas fechas, claro, presentan credenciales en los Emmy: el preludio ideal antes de convertir a las televisiones en campos de batalla catódicos. Esta nueva temporada entrarán en guerra nuevos episodios de series como Dexter, Big Bang, Tremé, Boardwalk Empire, Downton Abbey. También la segunda temporada de Homeland, la gran triunfadora de los Emmy, o la última de la maravillosa Fringe. Eso sin olvidar el desembarco de nuevas series, la mayoría con una pinta extraordinaria. Por ejemplo, Revolution, el nuevo juguete de J.J. Abrams, o Elementary, otra vuelta de tuerca al inagotable personaje de Sherlock Holmes.

En España todo es más triste, cutre y desolador. La última noticia de esta guerra catódica ha dado como resultado el aplastante éxito de una serie como La que se avecina arrinconando a Isabel. Nos gusta la comedia casposa, el chascarrillo zafio. A Imperium, unas semanas antes, le sucedió lo mismo. Las series españolas que intentan escapar del humor cañí y cutre están condenadas al fracaso. O el nivel cultural de la gente que se sienta ante el televisor está por los suelos o sencillamente sólo quieren abstraerse de tanta crisis. En todo caso, resulta descorazonador. Tampoco es extraño. El otro día escuché a un chico decir que los Reyes Católicos eran Juan Carlos y Sofía. Y lo argumentó diciendo que iban mucho a misa. Podía haber sido peor. Podía haber dicho que eran Melchor, Gaspar y Baltasar. O Justin Bieber y Lady Gaga. El que triunfe, en fin, este tipo de series en España, generalmente de humor chabacano y con menos interés que los cuartos de final de la OTI, debería hacernos reflexionar.