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Vicente Álvarez

EL FARO DE AQUALUNG

LA DAMA DE CACHEMIRA

la-dama-de-cachemiraDe regreso a Méndez, a González Ledesma, al mítico Silver Kane. Una tradición. Una necesidad. La constatación, una vez más, de que estamos ante el escritor más fastuoso, deslumbrante y pantagruélico de la segunda mitad del siglo XX. En esta ocasión el viejo policía que se ha pasado toda su vida escuchando las voces de la calle tiene que lidiar con unos asesinatos que comparten un común denominador: una silla de inválidos. Todo ello en el escenario de siempre, el Barrio Chino, el Paralelo, las avenidas grandes con sus tiendas tan pequeñas, los estancos para gente pobre dónde sólo se expendió un Montecristo una vez, los quioscos tronados que parecen hechos para vender no el periódico de hoy sino el de ayer, las corseterías para mujeres antiguas casadas a perpetuidad y las perfumerías para niñas modernas casadas a prueba. Méndez, tan poco considerado entre sus compañeros, tan fuera de su tiempo, tan viejo y desfasado (dicen que consiguió sus primeros éxitos deteniendo a los rateros que iban a las Cruzadas) se enfrenta a una trama inmobiliaria, a un asesino en silla de ruedas, a una mujer maltratada por la vida, a unos homosexuales maduros enamorados como adolescentes y a una mujer que sueña con viajar y que el único viaje que se puede permitir es soñar. Junto a ellos un montón de secundarios realmente memorables como el Fulmine o Amores, que le sirven a González Ledesma para poner tiritas a la soledad y al dolor con unas buenas dosis de humor ácido y negro.

– Señor Méndez, ¿no va a hacer nada? ¿Una denuncia, un apercibimiento, una hostia bien dada?

– Veré lo que dice la ley –prometió Méndez-. Me parece que habla de las dos primeras cosas: la denuncia y el apercibimiento.

– ¿Y usted por cuál se va a inclinar?

– Naturalmente por la hostia.

Pues eso, el viejo Méndez en plena forma trabajando a su peculiar manera, con insistencia –a lo Colombo-, pateando las calles y topándose con cadáveres tristes en escenarios idénticos: un callejón con soledad y con gato, un cielo gris, un cadáver amarillo, una mancha roja. Y sobre todo ello un olvido denso, municipal, de cuerpo que presumiblemente no va a reclamar nadie.

Francisco González Ledesma nos regala con La dama de Cachemira una obra redonda, entretenida, necesaria, escrita primorosamente y cuadrando con la precisión de un reloj suizo el tremebundo puzle de venganzas, miserias, deseos y codicias que conforman esta entrega de las andanzas del viejo Méndez. Lo dicho, González Ledema uno de los más grandes, aunque aquí todavía no se haya enterado mucha gente. En Francia, sin embargo, “La dama de Cachemira” ya recibió el Premio Mystere a la mejor novela negra publicada en 1986…. La historia de siempre, o sea.

“Una ciudad, un barrio, un ambiente que siempre es el mismo y en el que se distinguían todos los matices del blanco que había en los rostros sin sol y todos los matices del negro que flotaban en el aire. Un lugar donde rápidamente te das cuenta de que vas a tu entierro cada día, un entierro silencioso al que nadie presta atención y que sólo es seguido por una sola persona: tú mismo cuando eras niño”.

Sobre el autor

Escribe novelas y cosas así. Sus detractores dicen que los millones de libros que ha vendido se deben a su cara bonita y a su cuerpo escultural. Y no les falta razón. www.vicentealvarez.com


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