Publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento cultural de El Norte de Castilla, el 31 de mayor de 2019.
Era lunes. 23 de enero de 1978. Terry Kath, guitarrista de la banda Chicago, jugaba con una pistola. Se celebraba el final de una fiesta en los alrededores de Los Ángeles. Kath andaba en horas bajas. Había tenido problemas de sobrepeso. Abusaba de las drogas. Bebía como un cosaco. Estaba obsesionado con las armas de fuego. Y, para más inri, dentro del seno de la banda había estallado una lucha fratricida. Por un lado Peter Cetera, el bajista y cantante principal, deseaba seguir explotando el sonido AOR que había empezado a hacerles multimillonarios tras el monumental éxito de “If you leave me now”. Por el otro, Terry Kath quería mantener la esencia del grupo, de sus orígenes, aquella mezcla de rock, blues, jazz y psicodelia que les había encumbrado al Olimpo de los grandes, record Guiness incluido con tres primeros discos dobles y el cuarto un disco cuádruple. Aquella noche, Kath manipulaba una de las armas a las que tan aficionado era. Dicen que empezó a jugar con ella. Dicen que más de una vez había jugado a la ruleta rusa, el pasatiempo favorito del diablo. Dicen que colocó el cañón en su sien y, ante las protestas y advertencias de sus amigos, pronunció sus últimas palabras: “Tranquilos, está descargada”. Dicen que apretó el gatillo y se voló los sesos. Dicen que la versión oficial mantiene que fue un accidente. Dicen que, sin él saberlo, había una bala en la recámara. También dicen que es extraño que un experto en armas como Kath no se hubiera apercibido de tal circunstancia. En todo caso, aquel día murió el que, en palabras de Jimi Hendrix, era el mejor guitarrista del universo. Terry Kath aportaba al grupo fuerza y dinamismo, era la parte más rockera, creativa y agresiva de Chicago. Su voz rota de inspiración soul era portentosa y sus performances con la guitarra eran pura magia en el escenario, contorsionándose y tocando con una precisión y una rapidez endiabladas. Terry Kath no paraba de experimentar e improvisar nuevos sonidos con su Fender Stratocaster y su guitarra era pura distorsión, suntuosidad y psicodelia. Para muchos era un auténtico dios con la guitarra en las manos. Los mismos que sostienen que Chicago perdió aquella noche su fuerza, su espíritu y su energía dejando la vía libre a Peter Cetera para seguir explotando las baladitas de mierda que tan productivo y generoso negocio les reportaba. Pues eso, aquella bala perdida se llevó por delante mucho más que a un guitarrista único. Se llevó consigo el alma de un grupo de rock. Nunca en toda la historia de la música una banda pasó de la excelencia al horror de una forma tan rotunda y llamativa. Chicago, tras la muerte de Kath, pasó de ser una de las mejores bandas de rock de la historia a algo así como una versión yanqui de Mocedades. O, peor aún, de El Consorcio. Por lo que respecta a Peter Cetera, después de destrozar al grupo con sus exigencias de seguir explotando las baladas de deleznable gusto, abandonó Chicago dejando a sus excompañeros enganchados de por vida al compás del chacachá, del chacachá del tren. Ahora Peter Cetera es como Julio Iglesias pero con pelucón rubio oxigenado. Una pena. Aquella bala que mató a Terry Kath tendría que haber significado el fin de Chicago. De hecho, aunque los libros digan otra cosa, así sucedió. El 23 de enero de 1978 murió Terry Kath y, con él, Chicago.