Un profesor de filosofía, Carlos Ascanio, con la maldición/bendición de traerse de sus sueños algún objeto soñado, acepta un puesto en la Universidad de Los Álamos sin saber que de esta manera está abriendo una puerta al infierno. Tras alquilar un viejo apartamento, el profesor comienza a seguir el rastro de la anterior inquilina, una maestra de nombre Celia Andrade, y no tardará en descubrir que se dedicaba a escribir novelas populares bajo el seudónimo de Ned Blackbird. Rebuscando entre sus objetos y, a medida que va adentrándose en la intimidad de la maestra, se verá obligado a enfrentarse a una serie de hechos extraordinarios que le atañen personalmente y le obligan a cuestionarse su propia identidad. El propio autor, Alexis Ravelo, definió “La otra vida de Ned Blackbird” como un libro de terror metafísico que trata del miedo a no ser nada. Efectivamente, el añorado Alexis Ravelo no tenía ningún problema en reinventarse de continuo y así, pasó de la novela criminal, género en el que era uno de los autores más premiados y reconocidos, al género fantástico. Porque esta novela es una especie de fábula de fantasmas, una intriga psicológica clásica, un fascinante relato donde el autor mezcla, con sorprendente habilidad y pericia, lo intimista, lo fantástico y lo metaliterario. No me olvido del homenaje que Alexis Ravelo brinda a toda una generación de escritores que, desde el anonimato, llenaron los días grises de varias generaciones sumidas en una España más gris todavía gracias a aquellas especiales novelitas que se vendían (y cambiaban) en los quioscos. Que detrás del seudónimo de Ned Blackbird se esconda, además, una mujer, no deja de ser otro homenaje a toda una generación de mujeres de aquella España gris, mujeres libres y valientes que supieron reinventarse y tomar las riendas de su propio destino. En fin, magnífica novela de Alexis Ravelo, inquietante, entretenida, algo oscura y lo suficientemente hipnótica como para desear leer algún libro de nuestro novelista de quiosco preferido, el mítico Ned Blackbird.
“Ya no guardamos cartas. Guardamos correos electrónicos, pero esto ni siquiera lo tenemos en nuestro ordenador, sino en un servidor…Esa caja donde teníamos nuestras cartas, nuestros recuerdos, ahora es un baúl de aire que flota por ahí… Cuando te mueras no habrá nada más que la nada. Estamos aprendiendo a olvidarnos de recordar”.