Publicado en El Norte de Castilla el 17 de mayo de 2007
La desgarradora voz de la nigeriana Nneka vuelve a conducirme por un camino invisible de dolor e injusticia. No olvido sus declaraciones («siempre he cantado porque el canto me daba fuerzas y me libraba de mis miedos y mi dolor») cuando escucho los primeros acordes que acompañan el trabajo firmado por el siempre interesante Mariano Barroso: el calvario que vive una mujer de la República Centroaficana aquejada de la enfermedad del sueño. A riesgo de caer en un maniqueísmo algo forzado (la eterna, pero no por ello menos real, historia de los malvados farmacéuticos que se aprovechan de los africanos por dinero), ‘El sueño de Bianca’ nos presenta la perversa realidad de miles de personas en África dejadas de la mano de Dios o del Diablo (¿alguien sabe distinguirlos con claridad cuando nos asomamos a sitios donde una jodida mosca, la mosca tsé-tsé, convierte a países enteros en regiones devastadas, matando a todos los mamíferos, a todo el ganado?). A pesar de ello, desde hace más de medio siglo nadie ha tenido la vergüenza de investigar ningún tratamiento nuevo contra la enfermedad del sueño. Todos sabemos la razón: no da beneficios. Solo se conocía una medicina que servía para curar esta maldita y silenciosa enfermedad: la eflornitina. ¿Lo adivinan? Como no resultaba rentable, las industrias farmacéuticas dejaron de fabricarla. Sin embargo, por una vez, aquellos desgraciados que sueñan con que los hombres blancos atrapen a todas las moscas tsé-tsé y las hagan desaparecer tuvieron suerte. Alguien descubrió que la eflornitina servía para evitar el crecimiento del vello. Y así fue como el bigote de Paris Hilton salvó a miles de personas ya que los laboratorios vieron beneficios y comenzaron a fabricarla de nuevo. El documental de Barroso se recrea en ese doble juego depravado en el que las mujeres occidentales no tienen ningún problema en conseguir su pomada de eflornitina en cualquier farmacia mientras que, en África, los afectados por la enfermedad del sueño tienen que caminar hasta treinta kilómetros para llegar al hospital más cercano y someterse a un tratamiento para salvarles la vida. Y la ignominia no acaba ahí. Los médicos de esos cutres hospitales centroafricanos sostienen que la eflornitina no es la solución ya que hay que administrarla cuatro veces al día, por goteo, durante catorce días. Los enfermos no pueden valerse, necesitan que les hagan compañía y les lleven comida. Un caos. La única solución es seguir investigando hasta conseguir la eflornitina en cápsulas. Y eso solo lo pueden hacer los grandes laboratorios farmacéuticos, que tiran balones fuera y pasan la pelota a los gobiernos. El caso es que cada año mueren más de 50.000 personas a causa de la enfermedad del sueño. Todos sabemos que si esta enfermedad pasara a Europa o EE. UU., si afectara masivamente en África a turistas o a militares, se invertiría todo el dinero del mundo. Mientras tanto, los bigotes de Paris Hilton o Isabel Pantoja pueden ir salvando a esa gente. Eso y la presión que hagamos todos. Para los escépticos de turno: algunas compañías farmacéuticas, agobiadas por la presión social, han comenzado a investigar nuevas salidas a la eflornitina. Cualquier cosa antes de que la simple picadura de una mosca pueda llevar a miles de personas a la tumba.