En esta selección tulliana nos vamos a encontrar temas para soñar (pequeños, intimistas, maravillosos), cortes tranquilos, bellísimos y de un lirismo deslumbrante, joyas acústicas preciosas y frágiles como el cristal de Bohemia, y pepitas de oro envueltas con la guitarra acústica, la voz aterciopelada de Ian Anderson y la aparición estelar de unos preciosos arreglos de cuerda. Parece mentira que estos pequeños himnos que en apenas dos minutos resumen toda la filosofía tulliana en el universo de una lágrima, estas diminutas canciones (escondidas dentro de una discografía genial), hayan quedado siempre en un segundo plano. Canciones muy cortas con la guitarra acústica rasgando los susurros de voz (como si fuera de noche) que nos llevan hasta el metro de Baker Street donde se derrama el dolor sobre nuestro vestido nuevo, que nos muestran la torre de hielo sonriendo sobre el mar de plata, que nos permiten ver jugar a los dioses antiguos en Dun Ringill y que nos hacen patinar sobre el frágil hielo del nuevo día. En fin, que Jethro Tull hicieron el mejor unplugged posible cuando ni siquiera existían los unplugged. Y aquí está.