Publicado en “La sombra del ciprés”, suplemento literario de “El Norte de Castilla”, el 9 de marzo de 2013
Cuando Francisco González Ledesma ganó el Premio Internacional de Novela con “Sombras viejas” parecía que la Literatura con mayúsculas se ponía a los pies de un jovencísimo escritor de 21 años. Somerset Maugham, el presidente del jurado, llegó a decir que le parecía el mejor novelista joven de Europa. No sirvió de nada. La censura tachó al autor de rojo, de subversivo, de pornógrafo. El joven Ledesma quedó marcado: mientras Franco viviese no publicaría nada. La abogacía y posteriormente el periodismo se encargaron de otorgar una carrera digna a González Ledesma, lejos de los facciosos oropeles de las letras. Al menos eso podría pensarse al comprobar que la carrera literaria de Francisco González Ledesma comienza a los 50 años con la publicación de “Los Napoleones”. Sin embargo, ¿qué ocurrió en eso treinta años? ¿Había tirado la toalla el joven prodigio que apadrinó Somerset Maugham?
A pesar del terrible desengaño, Paco Ledesma no se conformó con su trabajo como abogado. El virus de la literatura le había envenenado y la mítica casa Bruguera vino a salvarle. Publicó guiones de tebeos (El Inspector Dan, El Doctor Niebla, El Sargento Negro) para acabar desembarcando en el maravilloso y nunca suficientemente valorado mundo de las novelas populares de quiosco, aquellos recordados bolsilibros que constituían la versión cañí de las novelas pulp yanquis. En la trastienda de Bruguera trabajaban a destajo una pléyade de autores que debían entregar una novela de apenas cien páginas a la semana. González Ledesma fue uno de ellos. Se vistió de vaquero, se bautizó con nombre gringo y empezó a disparar a diestro y siniestro. Había nacido Silver Kane. Durante veinte años las novelas salieron de la Olivetti de González Ledesma sin desmayo (cuentan que, a veces, durante los acostumbrados apagones de la época, subía al tejado de su casa para, a la luz de la luna, acabar una novela y cumplir con el plazo de entrega). Fue un aprendizaje perro que le permitió ejercitarse en todos los trucos de la literatura. Nadie sabe cuántas novelas escribió. Ni siquiera el mismo Silver Kane. Él ha hablado de unas 400. Si echamos cuentas tuvieron que ser muchas más (de hecho yo tengo casi 800). En Internet hay más o menos registradas unas 1.300 (la mayoría del Oeste aunque cerca de 400 serían policíacas, más un buen puñado de terror, algunas bélicas e, incluso, unas cuantas románticas escritas bajo el seudónimo Rosa Alcázar). Queda pendiente el enfrentarse con el enigma Silver Kane cara a cara: saber cuántas novelas escribió realmente, organizar su memorable y maravilloso legado, comprobar incluso si es cierto que algunas de sus últimas obras pudieron ser escritas por otras manos (algunos hablan de la propia hija del escritor). Lo cierto es que el universo Silver Kane resulta fascinante. Hitchcock estuvo a punto de rodar una de sus historias, Terenci Moix las coleccionaba y Jodorowsky hablaba de ellas siempre que podía: “Estas novelitas están muy bien escritas, entretienen a rabiar, son crueles y supermachistas, están embebidas en un surrealista sentido del humor… Es tan anarquista su contenido que me sorprende que Franco no mandase fusilar a Silver Kane”. Hablamos de adictivas historias con un estilo y una prosa mucho más cuidada de lo que podía esperarse y con una originalidad apabullante. Concesión extrema, folletín total, una pluma mordaz y descarnada, un carrusel de personajes que entran y salen de escena como por arte de magia y decenas de aventuras en menos de cien páginas, absorbentes tramas llenas de continuos giros argumentales, persecuciones, sorpresas y mucha acción envuelta en múltiples géneros. Para ser sinceros Silver Kane no escribe novelas del oeste, ni policiacas, ni de terror, ni de ciencia ficción, sino más bien un cocktail de todos los géneros en uno. El cosmos Silver Kane, o sea.
Por supuesto, González Ledesma no deseaba seguir esclavizado de por vida al terrible reto de escribir una novela a la semana. Además, abandonó la abogacía para dedicarse al periodismo. En su nuevo trabajo comenzó a patear las calles y acabó topándose con nuestro querido Méndez. Tras “Los Napoleones” (novela de 1964 que fue censurada y no pudo publicarse hasta 1977), Paco Ledesma se dio cuenta de que había una manera de llegar a la calle y a la gente, y era a través de la técnica de la novela negra. Así, publicó “Expediente Barcelona”, donde aparecía por primera vez el policía Méndez. En “Las calles de nuestros padres” Méndez asumía protagonismo total y, de inmediato, tocaba el cielo al ganar el Premio Planeta de 1983 con “Crónica Sentimental en Rojo”. Luego siguieron un puñado de novelas, todas ellas premiadas y aclamadas. Novelas de putas, de marqueses, de madames, de casas tan pequeñas que el gato tiene que dormir fuera, de policías que no creen en la ley. De perdedores, de soñadores, de crímenes. De miedos, cobardía, ternura, tragedia, generosidad y humor. Novelas que representan la mirada nostálgica de una Barcelona que ya no existe, llena de barrios, obreros, tascas y burdeles. En todas ellas nos encontrábamos con un Méndez escéptico, desengañado, inefable, el hombre de las esquinas donde jamás nació un árbol, el único policía que se fija en las sombras. Amante de los bocadillos de calamares, de las ensaladillas, de los tugurios y de los libros de bolsillo. Un tipo anclado en el pasado (de hecho piensa que un sms es una nueva postura sexual), uno de esos policías sin nombre que visita los sitios varias veces porque los sitios hablan, un hombre entrañable, solitario y descreído, cuyo mundo ya ha muerto. Un policía-poeta al borde de la jubilación, siempre vestido de oscuro y siempre con libros en los bolsillos. Alguien para quien la ley de la calle es más igualitaria y más humana. Un tipo, en fin, del que todos desconfían: “Es sospechoso para los franquistas porque cuidaba a los rojos en la cárcel, sospechoso para los demócratas porque fue policía franquista, sospechoso para sus jefes porque siempre actúa por su cuenta, sospechoso para los jueces porque no cree en la ley, sospechoso para los macarras porque protege a las putas, sospechoso para las putas porque éstas no acaban de creer lo de su impotencia y temen que un día se les presente hecho un tigre”.
Hay que reseñar, en fin, que fuera de Méndez, Ledesma nos regaló otras obras, mientras empezaba a recoger premios que le llegaban de todas partes, especialmente de Francia donde goza de gran éxito. De hecho existe alguna obra publicada en francés todavía inédita aquí, como la deliciosa “Purée d’avocat sauce chili”, perteneciente a la mítica saga de El Pulpo. En sus últimos años, además, el viejo Ledesma ha recuperado el gusto por los seudónimos con los que había alimentado la memoria sentimental de todo un país. Publicó dos fantásticas novelas (“La ciudad sin tiempo” y “El candidato de Dios”) bajo el nombre de Enrique Moriel, homenaje al protagonista de la censurada “Sombras viejas”, e incluso recuperó el blasón de Silver Kane para regalarnos su última y crepuscular historia, “La dama y el recuerdo”, esta vez sin agobio de fechas y sin límite de páginas. Todas sus novelas recogen el magisterio Silver Kane, con escenas alternas sin relación aparente a primera vista, con un ritmo vertiginoso, con finales de capítulo que, como en el folletín clásico, aumentan la tensión y retrasan el desenlace. Su lírica puede nacer de observar en un portal como un niño cuida de un perro, de observar a una mujer vieja que, intuimos, pudo ser bonita. Cuida su prosa como un orfebre y se permite el lujo de juguetear con distintas formas narrativas levantando edificios literarios brutalmente hermosos. Es el jefe de la tribu. Hablamos, probablemente, del autor español más grande (desde luego el más excesivo, prolífico y jodidamente entretenido) de los últimos cincuenta años. Si para Trueba Dios es Billy Wilder para algunos de nosotros Dios es González Ledesma.