No nos referiremos ahora a Eliot Ness ni a ninguno de sus fieles y sedientos sabuesos. Tampoco a alguno de los del otro lado, de los distintos Capones que innúmeras veces ha retratado el cine desde su primer golpe de claqueta. No. El rostro de este intocable no pertenece al firmamento Hollywood, aunque también frecuente el bótox como el de muchas estrellas. Pertenece a otro firmamento si cabe más poderoso, ambicioso y agotador, el de la política internacional. Bueno, no a otro en singular sino a otros – fusiones empresariales, equipos de fútbol de presupuestos mareantes, cadenas de televisión -, firmamentos todos que el común de los mortales sólo podemos atisbar con la sensación de que lo que nos llega no son sino las migajas del banquete real que se cuece al otro lado de la cortina; de hecho, esta facilidad para batirse con igual entusiasmo y destreza en las arenas movedizas de Parlamentos, despachos acristalados y palcos de estadios acaso sea la característica más definitoria del personaje, que lejos de ver disminuidas sus facultades, justamente parece hallar en la dispersión la fuerza necesaria para seguir adelante, con igual éxito. Hasta hoy sólo había una arena que se le resistía – siquiera parcialmente -, un reducto que como el pueblo galo de Astérix a los romanos sembraba la duda en la segura e inmediata victoria que en los demás ámbitos le acompañaba; ese reducto eran los juzgados. Ahora esta última y única fortaleza también ha caído, y por fin el personaje va a adquirir un visado permanente para campar por donde se le antoje sin peligro alguno de veto o demora. Berlusconi – a él nos referimos, por si alguien aún no se ha tomado el café – se ha diseñado un traje italiano a medida que va a ahuyentar a los jueces como la kriptonita a Supermán. El traje en cuestión, entre otras maravillas, suspende los procesos penales abiertos contra él y le exime de los delitos que pueda cometer o haya cometido en el ejercicio de su función gubernamental. Este traje a medida ha sido el último clavo en el ataúd de Montesquieu, cuya muerte decretó Alfonso Guerra quizá sin suponer la realísima precisión que con el tiempo adquiriría su boutade.
Esta muerte anunciada creo deja patente que la supuesta facultad camaleónica de Il Cavaliere no es tal; Berlusconi no entiende de detalles, aplica las mismas reglas de juego – las suyas propias – a cualquier terreno, sin importarle las particularidades del caso concreto. Es un hombre de acción puro: quiere ver convertida su voluntad en acto inmediato. Los matices jurídicos de cada ámbito sólo consiguen retrasar la consecución del objetivo, y por tanto deben abolirse, como así ha hecho. Sin freno alguno que le lastre, los resultados que pueden alcanzar los desbocados empeños del ahora intocable pueden desbordar la fantasía más apocalíptica. ¿Hacer ministros a los once titulares del A.C. Milan, con el brasileiro Kaká quizá como cartera de Exteriores, por fortalecer la Alianza de Civilizaciones? ¿La emisión 24 horas al día de los momentos más bamboleantes de las Mama Chicho? Pero la pregunta esencial no afecta al intocable sino a sus compadritos mandatarios: ¿cómo han reaccionado ante tamaña infamia? Todo lo que han hecho ha sido mutis.
(El Norte de Castilla, agosto de 2008)