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Jaime Rojas

La canaleja, crónica social de Segovia

El cochinillo intangible

Hablar de cochinillo en Segovia es complicado. Y pueden imaginar que no porque sea difícil encontrar sus bondades, sino por el hecho de que en este invento ya está todo inventado. Pues reinventémonos, expresión que con lo del nuevo tiempo se repite hasta el agotamiento, al menos de mi paciencia. Y reinventado puede quedar el producto gastronómico que es el animalito si prospera una idea que me parece extraordinaria por el escaso coste y la enorme rentabilidad: la pretensión de que se le declare Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
La asociación que promueve y defiende la marca de garantía, Procose, con su presidente José María Ruiz, el hostelero y bodeguero, a la cabeza, ha pedido a la Unesco que el bendito cochinillo, hasta ahora de los segovianos y unos pocos más, sea de todos, del planeta entero sin distinción. Poco importa si te gusta o no; o si tu religión te lo prohíbe o si eres vegetariano o vegano porque la bendición del animalito será urbi et orbi y el cochinillo traspasará las fronteras provinciales para pertenecer a todo el mundo.
Honor y gloria pues para nuestro plato más universal, que se unirá, si la solicitud es aprobada, a otros once intangibles en España, entre los que solo la dieta mediterránea es gastronomía. Los otros son desde el silbo gomero o el Misterio de Elche hasta el flamenco o los castells, pasando por la Fiesta de los patios de Córdoba. Claro que también está el Canto de la Sibila de Mallorca o la Fiesta de la Mare de Deu de la Salut de Algemesí (Valencia), que seguro algunos de ustedes desconocen, como me pasa a mí. Nuestro cochinillo también compartiría reputación con la Patum de Berga (Barcelona), los tribunales de regantes del Mediterráneo y la fiesta del fuego del solsticio de verano en Pirineos. Sería así el intangible español número doce en este lista de tradiciones transmitidas que es la nómina de patrimonio inmaterial.
El cochinillo iría codo con codo con otras referencias culinarias como la cocina francesa, la mexicana y el washoku japonés, además de la dieta mediterránea. Un grupo muy reducido, un club exclusivo en el que entraría nuestro emblema gastronómico. Son muy pocos porque la mayoría de los intangibles se refieren a danzas, música, teatro o espacios culturales y de gastronomía casi nada, lo que le conferiría todavía más aprecio si al final se logra el nombramiento.
Pero incluso más valor que el hecho en sí de conseguir que el cochinillo esté en boca de todo el mundo, que ya es importante, es la idea, el reinvento que les decía antes. Posee mucho mérito la ocurrencia y más en una sociedad donde las ideas están infravaloradas y muy por debajo de las acciones por aquello de obras son amores. Aunque a mí me ocurrió lo contrario la primera vez que quise escribir un artículo de opinión en este diario hace ya muchas lunas. El jefe –en este caso era jefa– a quien se lo propuse me dio un consejo sabio cuando le espeté que tenía una idea. Me dijo que eso ya era un tesoro y más que suficiente porque la mayoría de las veces no hay idea alguna que llevarse al teclado.
Y pese a que se nos olvida y parece una obviedad, tener la idea es la clave, como lo fue en su día partirlo con el plato. Un cochinillo intangible puede sonar extraño porque nada es más tangible que esa carne blanquita y esa piel crujiente. Pero ya saben, hay que reinventarse.

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Sobre el autor

Jaime Rojas, delegado de El Norte de Castilla en Segovia, nos contará, todos los domingos, la crónica social de Segovia, capital y provincia.


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