No hubo besos en los labios, ni bebés en brazos; tampoco insultos, ni calumnias más que querellables. Y, por supuesto, a nadie se le ocurrió levantar el puño, ni buscar la foto y caer en lo que ahora se llama postureo, antes denominado pose. Nada de nada. Hubo lo que tenía que haber: gente normal, con comportamientos normales, aunque cada uno con sus cosas.
Hablo de la exposición de fotografías ‘Un año en imágenes’ que este diario organiza desde hace ya dieciocho años y que se inauguró esta semana en la inigualable y muy segoviana Casa de los Picos. En el corazón de la ciudad, en la tantas veces pisada Calle Real, el asunto reunió a gentes de toda condición, sin hurtar a persona alguna la presencia. Un ejercicio del tan castellano nadie es más que nadie, algo que parecen olvidar en el foro madrileño precisamente muchos de los que proceden de esta tierra. Quieren modificarlo por un nadie es más que nadie salvo los diputados rompedores, empeñados en representar humoradas y hacer el ridículo con frases huecas y posturitas tontas.
Aquí en Segovia, mientras ellos estaban a sus ocurrencias, charlábamos en torno a las instantáneas de los reporteros del diario. Y comentábamos qué hemos hecho para merecer esto, unos con desconsuelo y otros con rabia, aunque la mayoría con sentido del humor. Porque no creo que seamos acreedores de este desprecio a nuestra inteligencia al que nos someten esos que nos llaman ciudadanía. Uno tenía la esperanza, llevado por el fervor que levanta el tiempo nuevo –vaya, otra vez la dichosa expresión de tertuliano–, que esto iba a dar un cambio, aunque fuera mínimo. Pues, no. Oímos las mismas cosas, amén de memeces inéditas. Todo para desmoralizarse.
Pero nosotros seguimos a las fotos, a ese resumen de la vida segoviana el año pasado que es la exposición que ha cumplido la mayoría de edad. Setenta imágenes para darnos aún más cuenta de que estamos en una ciudad cultural y en una provincia alegre y que respeta las tradiciones. También la muestra nos descubre que aquí el deporte es pequeño en títulos pero matón en espíritu y práctica o que en la política de andar por casa –la cercana, la nuestra– la gente es de carne y hueso y deja poco margen al histrionismo. Que somos recios y no tontos del haba como aquel tertuliano, periodista o lo que narices fuera que estaba viendo nevar en Madrid y dijo en las sagradas ondas de una no menos sacrosanta cadena nacional de radio que aquello era una miniglaciación. Y sorpréndanse: creo no lo corrieron a gorrazos. Igual ahora es diputado y mañana nos lleva a su vecino a una votación porque al tipo le hacía ilusión y no le iba a dejar solo en casa.
Les recomiendo pues que, entre bobada y bobada actual que nos meten con calzador en la televisión, se den una vuelta a ver la exposición. Con una mirada de apenas diez minutos podrán rememorar todo el año pasado, lo que hicimos y lo que nos hicieron, probablemente algunas cosas contra nuestra voluntad. Cumple la muestra la maravillosa edad de los 18 años, la que como el agua del río jamás vuelve, pero que deja una huella imborrable. Esa que es muy posible que no permanezca en nuestra memoria dentro de unos años cuando hablemos de unos tiempos políticos rídiculos y que dan bastante vergüenza ajena.